“Voy a seguir en docencia hasta que el cuerpo aguante. Es lo mío, me hace muy feliz” sentencia la docente universitaria sobre el final de la entrevista.
Mónica Guerra, es Profesora de Fundamentos Biológicos del Desarrollo y Aprendizaje, y actualmente se desempeña en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Se muestra cordial y accesible a la entrevista en su cubículo del cuarto piso de la Facultad. Como cada año, el pasado 18 de agosto la Universidad conmemoró su aniversario y entregó medallas al personal que cumplió 30 años de servicio. Guerra, con 32 años al servicio de la educación, fue una de las reconocidas.
“Yo no tenía interés en la medalla. No me interesaba el valor material; pero tengo dos hijos de 25 y 27 años, que toda su vida me vieron trabajar mucho. El mayor valor consistía en que ellos compartieran este reconocimiento. Fue un acto emocionante, uno de los momentos más bonitos de mi vida” sostiene la profesora.
¿Cómo fue su recorrido a lo largo de estos 30 años?
Yo quería ser médica, pero después estudié Ciencias Naturales y me encantó. La carrera era en un contexto parecido a la Medicina.
Mi recorrido empezó en el 82 cuando me recibí de profesora de Ciencias Naturales, y en mis prácticas en el Liceo Agrícola descubrí q me encantaba la docencia.
La verdad es que no es difícil ser docente de chicos de colegios de la universidad porque son educados, son cultos, tiene muchísimas herramientas, pero por suerte la vida me llevó por otros colegios, y me di cuenta que hay algo que es esencial: que los chicos te entiendan, que haya feeling o empatía.
Llevo ya 33 años de docente. En la experiencia de secundaria, tengo que decir que me jubilé como regente de una escuela donde fui docente 32 años. Me di cuenta que todo tenía un tiempo, fue una experiencia lindísima, me divertía mucho, porque las ciencias naturales le gustan a los chicos.
En la universidad, comencé a dar clases en la facultad de odontología, daba Biofísica, para luego entrar como Jefa de Trabajos Prácticos en la Filosofía y Letras, con dedicación simple. Me alcanzaba apenas para el micro pero me encantaba la docencia universitaria.
¿Qué le significa desempeñarse en la FFyL?
Como mi cátedra es de primer año, recibo a los alumnos que salen del secundario y les hago la transición lo más atractiva y amena posible. Hay que volver a reubicarlos, a organizarlos, a enseñarles a transitar la universidad, en otras palabras: ser un puente entre un ciclo y otro.
En la docencia universitaria encuentro un montón de espacios más, no solo intercambio con los jóvenes, que es lo más rico que se puede cosechar. Se logra una comunicación mucho más profunda, más intensa, más fluida, siempre con un objetivo claro que es el de ellos: recibirse. Es por eso que es tan importante, ponernos en el lugar del alumno, facilitarle la tarea pedagógica, explicar una y mil veces. Es llegar a la persona. Y si uno llega a la persona, llega al conocimiento. Impartir y compartir la trayectoria del aprendizaje, es nuestra tarea.
¿Alguna anécdota o recuerdo que nos quiera compartir?
Siempre cuento la misma: ingreso a FFyL muy joven, como Jefa de Trabajos Prácticos. Me sentía en las nubes de trabajar en la universidad. Venía los viernes, daba algunas clases y tenía los chicos en trabajo prácticos. Éramos la titular y yo; nada más.
Llegó el fin de año y la titular se toma su licencia de embarazo. Después, pasa el tiempo, y no retorna. En ese momento el decano era Miguel Verstraete y me pide que asuma la titularidad de la cátedra. Fue su primer voto de confianza y para mí un desafío tremendo.
En ese entonces teníamos 120 alumnos, tenía que hablar por micrófono, ponerme a estudiar nuevamente. En otras palabras, siento que he recorrido un largo camino, pero ha sido sobre todo, un gran aprendizaje.