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Una productividad internacionalmente reconocida, aunque localmente poco valorada

La Facultad de Filosofía y Letras, la Universidad Nacional de Cuyo y el CONICET tienen un rol preponderante en la vida social y, fundamentalmente, en el desarrollo del sistema científico de la provincia y de la sociedad argentina en su conjunto. El secretario de Investigación de la FFyL, Dr. Diego Niemetz, reflexiona sobre el posicionamiento y la importancia de hacer ciencia en Argentina.

14 de marzo de 2024, 18:02.

imagen Una productividad internacionalmente reconocida, aunque localmente poco valorada

Nota de opinión

Como cada año Scimago Institutions Ranking publicó recientemente los resultados de su edición 2024 (https://www.scimagoir.com/). La medición busca reflejar el desempeño de diferentes organismos dedicados a la investigación alrededor del mundo. El ranking evalúa instituciones tales como universidades, hospitales, centros tecnológicos, organismos descentralizados, entre otros, y que son tanto de gestión pública como privada.

Año a año, la performance del CONICET en el ranking Scimago suele ser un tema de portada en los periódicos, a raíz de la siempre excelente ubicación que el Consejo obtiene en las tablas (este año fue ranqueada en el puesto veinte a nivel mundial y uno en Latinoamérica) entre las organizaciones gubernamentales. En términos de comparaciones, el asombro y el orgullo están más que justificados: si bien no hay datos oficiales (puesto que es muy complejo establecer parámetros), hay estimaciones que sugieren que un proyecto de investigación promedio, en el campo de las ciencias básicas (y, en algunos casos, también de aplicadas) se financia en los países centrales con presupuestos que rondan los dos millones de dólares mientras que, en la Argentina, el presupuesto promedio para investigaciones similares ronda los diez mil dólares. En el caso de las humanidades, las ciencias sociales y otros campos disciplinares de la gran área los presupuestos, como se sabe, son muy inferiores. En total, en Argentina, se debería destinar el 0,31% del PBI a la ciencia, según lo establecido por la Ley de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia (a menudo, el presupuesto es subejecutado), mientras que en países como Alemania, Francia, Estados Unidos, Países Bajos, se dedica entre un 2 y un 4 %. Es decir, si se tiene en cuenta el cruce entre los montos destinados a cada proyecto y el porcentaje presupuestario (o, para decirlo en términos más generales, la comparación entre inversión y resultados obtenidos) supone un saldo favorable para el sistema argentino y justifica, en cierta medida, el entusiasmo que se genera cada vez que se actualizan las tablas del ranking.

El desglose de los resultados por áreas y subáreas, asimismo, supone otra sorpresa: en áreas como humanidades y artes el CONICET se ubica cuarto, mientras que en ciencias sociales se posiciona en séptimo lugar. Es decir, una performance de excelencia si se tiene en cuenta que entre las instituciones con las que compite figuran algunas tan prestigiosas como el Instituto Max Planck de Alemania, la Academia Rusa de las Ciencias, el Centre National de la Recherche Scientifique y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Estos resultados específicos son especialmente significativos para la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, que es la encargada de formar a futuros becarios e investigadores CIC que producirán esas investigaciones y que los alberga en gran número, puesto que muchos de ellos eligen la unidad académica como lugar de trabajo y/o se desempeñan en ella como docentes.

Dicho todo lo anterior, sin embargo, la lectura no debería limitarse exclusivamente a la posición absoluta que los organismos ocupan en una tabla (con la lógica deportiva), si no intentar extraer de allí algunas conclusiones que pudieran iluminar el funcionamiento del Sistema Científico, en general, y el argentino en particular.

En primer lugar, los resultados de los posicionamientos de la ciencia argentina reflejados por Scimago, tanto en el conjunto como en su desglose en grandes áreas, permiten resaltar un aspecto que no siempre es tenido en cuenta por la comunidad académica-científica ni tampoco por la sociedad en general: cuando hablamos de sistema nos referimos a un conglomerado complejo, en el que todas las áreas tienen vínculos estrechos. Esto implica, en lo obvio, que aunque el sistema pueda pretender hiperdesarrollar, por motivos estratégicos o económicos, algunas de sus áreas (medicina, biología, ciencias aplicadas, etc.), aun así precisará de las demás (humanidades, ciencias sociales, etc.) para potenciar sus variables que miden los organismos internacionales de calidad. Es importante destacar y entender que estas áreas no funcionan de manera totalmente independiente, de modo que el concepto de sistema implica una retroalimentación entre ellas que, una vez más, impacta en los resultados: CONICET no obtendría las posiciones antes mencionadas si no fuera porque en sub-áreas como Historia y Filosofía figura en tercer lugar a nivel mundial y en Literatura y Teoría Literaria en segundo lugar.

Es en esa dimensión sistémica en la cual el rol de CONICET y el de las Universidades Nacionales es imprescindible en términos de soberanía del conocimiento y de desarrollo científico-tecnológico. Y es imprescindible, también, interpretar los resultados de modo que los números y los posicionamientos no impliquen lecturas lineales y meramente resultadistas. En otras palabras, la demanda de “productividad” que aparece como un estribillo para poder justificar recortes presupuestarios, responde en sus raíces a la lógica lineal de la que se hablaba anteriormente, pero esconde el hecho básico de que los espacios a los que se suele denominar (incorrectamente) ciencias “duras” no tendrían el desarrollo que tienen si no fuera porque las ciencias “blandas” les permiten disponibilizar una serie de herramientas que son absolutamente esenciales en sus capacidades de trabajo. En otras palabras, para entender la importancia de la concepción sistémica de los resultados, hay que señalar que la incidencia de estas disciplinas también se ve reflejada directa e indirectamente en concepciones y prácticas de otras áreas científicas, a través de formulaciones éticas, de representaciones sociales, de conocimiento histórico, de concepciones urbanas y naturales que determinan métodos, visibilizan necesidades y establecen límites, incluso cuando los propios investigadores que ejecutan tareas en un laboratorio, por ejemplo, lo desconocen.

Una última consideración, a modo de interrogante: si las disciplinas incluidas en los campos de las humanidades y de las ciencias sociales no fueran tan relevantes en el desarrollo de los sistemas científicos nacionales, ¿por qué un organismo tan prestigioso como Scimago considera necesario medirlas? Y, yendo un paso más allá: si no fueran importantes o “productivas”, ¿por qué estados tan poderosos como los europeos y el norteamericano y consorcios universitarios privados tan interesados en el rédito económico las financian y las promocionan?

La Facultad de Filosofía y Letras, la Universidad Nacional de Cuyo y el CONICET tienen un rol preponderante en la vida social y, fundamentalmente, en el desarrollo del sistema científico de la provincia y de la sociedad argentina en su conjunto. Eso es, en definitiva, lo que el ranking deja entrever en sus tablas, mucho más allá de la comparativa en términos deportivos que tanto revuelo (efímero) causa.

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