Un poco de crítica literaria
El Eternauta es un texto particular que, desde su aparición, ha disputado un espacio dentro del campo literario. La historieta, las tiras cómicas y los géneros más populares solían ser desmerecidos en los ámbitos institucionales. Sin embargo, esta obra apareció desafiando las rígidas fronteras de su momento.
Primero: los personajes son locales y la acción transcurre en espacios que para el público son reconocibles. Estos fueron grandes aciertos porque generó empatía inmediata con el público lector. Hasta el momento de su publicación, la acción siempre ocurría en lugares foráneos, con personajes ajenos a la idiosincrasia local. Escenas como el enfrentamiento en el Monumental, en la Av. General Paz, o en Plaza Italia calaron profundo en el imaginario popular.
Segundo: la estructura está erigida a partir de una historia marco que se aprovecha para un sagaz juego metaficcional. Explicitamos: la narración comienza cuando Germán, guionista de historietas, está trabajando en su escritorio y se le materializa una persona. Es Juan Salvo, ya convertido en el Eternauta. Este le narra cómo llegó a esa situación. Lo contado son los hechos a los cuales asistimos en la historieta: la invasión y colonización del planeta. Al final, Juan se da cuenta de que ha vuelto a una época anterior a la invasión y que, milagrosamente, ha aparecido en la misma dimensión en la que vivía con su familia. El reencuentro con su mundo original obra como amnesia respecto de lo narrado. Entonces, Germán, preocupado por el destino del planeta, entiende que debe avisar a la humanidad, y lo hace como sabe: escribiendo una novela que alerte acerca del porvenir.
Cabe agregar que la ficción sucede dos años después del periodo de publicación de El Eternauta. En la época, asistir a este juego metaficcional fue un suceso. Tanto es así que Oesterheld no siguió la idea hasta veinte años después, porque la primera parte cerraba perfecta. La segunda parte surgió en otro momento histórico, cuando ya el hombre y el escritor eran otros. En consecuencia, en esta última aventura escrita por Oesterheld nos encontramos con un Juan Salvo diferente a lo esperable de acuerdo a la primera parte.
Se desprende de lo expuesto que El Eternauta, gracias a su estructura —donde resalta el juego de narradores— y al mundo ficcional que construye, posee méritos suficientes para disputar un lugar más allá del margen que le había sido asignado. Y así fue. Veinticinco años atrás, Clarín editó una colección bajo el común denominador de “Clásicos”. Esta serie, que contó con títulos como Zama, Fin de fiesta y Eisejuaz, cerró con El Eternauta. No hace falta explicar la difusión que implica que un multimedio de las dimensiones de Clarín publique una obra, pero sí cabe destacar que el gesto implicó la legitimación dentro de los espacios culturales e institucionales de la obra, tanto por su repercusión como por la explícita intención de canonizar los textos mediante el denominador “Clásicos”. También corresponde señalar que El Eternauta ocupó un lugar destacado porque cerró la colección. De ahí en adelante, tuvo varias reediciones, se envió a las escuelas y entró al canon literario de la región.
Jacques Dubois dice que quienes se dedican a la escritura durante su vida atraviesan tres etapas, la de emergencia, la de legitimación y la de canonización. La tercera no les llega a todas las personas. En el caso que nos compete, sí. En efecto, que el gigante multinacional Netflix haya producido una serie es consecuencia del lugar central que ocupa la obra y, por efecto metonímico, sus autores (porque, si bien hemos hablado de Oesterheld, el texto también alcanza su nivel de excelencia gracias a los dibujos de Francisco Solano López). Además, el trabajo de Bruno Stagnaro lo amerita. Entre los aciertos, tal vez el más destacable sea la ambientación, característica que emparenta a la serie con el éxito que tuvo la novela. Con todo, y como ya dijimos pero queremos resaltar, la serie es una adaptación. Desde el principio se rompe la estructura enmarcada, se alteran los espacios y se cambian los personajes. Esta característica ha generado varias polémicas, con argumentos que esgrimen desde la perversión hasta el uso político. Más allá de las opiniones, tales sucesos estimulan la circulación y presencia de la obra en un lugar central. No es la intención extendernos, pero es importante saber que existen dos versiones de la primera parte de El Eternauta. La más conocida es la que venimos comentando, pero existe otra, dibujada por Alberto Breccia en un tono experimental y con el guion cambiado del siguiente modo: los Ellos han pactado con las superpotencias la entrega de los territorios de América del Sur. Este texto se conoce como El Eternauta 1969. La adaptación de Netflix también toma ideas de esta obra.
En fin, si en la actualidad el éxito de un fenómeno cultural se puede apreciar por su presencia en las redes sociales, podemos afirmar que El Eternauta lo ha logrado otra vez. Ojalá que esta repercusión sume lectores a la obra de Oesterheld.