Ya están disponibles las últimas entregas de la lectura de la novela de la escritora coreana Han Kang.
El espacio virtual #siempreliteratura de la Ronda Lectora “Literatura en Voz Alta” de la Librería Liliana Bodoc de la FFyL nos acerca las últimas emisiones de la lectura de “La vegetariana”, de Han Kang, en la voz y la presencia virtual de Ariana Gómez.
En la lectura anterior, habíamos asistido a una sucesión de episodios abominables, en los que el cuñado de la protagonista descubría la presencia de su esposa en la escena del departamento de Yeonghye. La hermana de la joven y testigo involuntaria de la aberrante y coercitiva situación, se nos manifiesta como una sobreviviente entre las tormentas de una vida marital frustrada y su empatía por la rebeldía silenciosa de su hermana menor.
En esta oportunidad, hallaremos en el canal de Youtube de la FFyL de la UNCuyo, las entregas 10 y 11 de la lectura del texto. La décima emisión de la novela continúa su recorrido por “Los árboles en llamas”, la Tercera Parte de la obra, que inaugura el relato desde la perspectiva de Inhye. Esta protagoniza un viaje interior de recuerdos e irrupciones oníricas, mientras se dirige al sanatorio psiquiátrico en el que permanece internada su hermana desde hace un tiempo.
La sucesión de párrafos relata la llegada de Inhye al nosocomio, su tránsito por los altos y húmedos pabellones, con ventanas cubiertas por barrotes, tras las cuales se avizoran caras grises que contemplan la lluvia. Ariana Gómez subraya aquí los sesgos de biopolítica en el texto, esa forma de ejercer el poder sobre la vida de los individuos y las sociedades. Este biopoder traduce, en el manicomio, un símbolo territorial que aprisiona lo que se desvía del tópico social, producto de la represión propia de relaciones de cuerpos “normados”.
En esta visita al sanatorio, Inhye se siente atraída por una Zelkova, una especie arbórea asiática de unos 400 años, cuyas ramas reflejan los rayos del sol en los días claros; un árbol que, sumergido en la lluvia, se asemeja a una persona taciturna, que no puede hablar. El rostro de su hermana se superpone con esta imagen, cual espectro fantasmal. Los cuerpos alterados, los ojos enrojecidos de la mujer por la vigilia, asaltan las páginas en las que repiquetean la inquietud por la violencia médico-institucional ejercida sobre el cuerpo de Yeonghye, y la sensación de desasosiego que invade el rápido flash back de una Inhye desorientada y triste.
Yeonghye, que suele colocarse en cuclillas ante el sol, o desnuda ante los ventanales con los pechos al aire para devorar los rayos solares, es segregada por la hipócrita moralina de un blindaje familiar avergonzado por la situación. La mujer ya no se alimenta, se aleja de la vida animal; se muestra ávida de luz y de agua en una creciente fusión con el estado vegetal con el que se identifica: su esquizofrenia y su progresiva inanición, producto de una anorexia nerviosa, cierran los caminos de la ciencia médica tradicional.
Se plantea, en la voz de Ariana Gómez, el debate sobre la noción de normalidad y su construcción social en el contexto de una novela metafísica que, lejos de ser unívoca, hace coexistir, en clave literaria, cuerpos disidentes y disciplinados, locura y racionalidad, emoción fraternal y violencia; y nos invita a repensarlos.
La fusión con los alerces que lucen sus rayos de sol, y la fraternidad de todos los árboles del mundo que aparecen para derrotar los barrotes de las prisiones y manicomios, se conjugan con la profunda emoción de una Inhye que se sabe sola y hundida en el lodazal, mientras su hermana se salva, huyendo hacia los confines vegetales, más allá de lo límites trazados.
Yeonghye, “víctima de una zona de desastre”, no se destruye, se deconstruye. Detrás de su rostro macilento, sacudido por espasmos gástricos, de sus ojos vacíos y gesto infantil, hay una renuncia a los protocolos y las máscaras, a los aromas y los sabores, a la animalidad y a las convenciones. Hay la asunción de un deseo vegetal.
El video con la Entrega 11 de la lectura inicia con una aclaración de Ariana Gómez acerca de que en este segmento del texto la temporalidad ya no se demarca con asteriscos o blancos activos, sino a través de alocuciones temporales que encabezan los párrafos (“El tiempo pasa” “El tiempo sigue pasando”, “El tiempo no se detiene”). Esta operación literaria sobre la temporalidad acompaña las secuencias más duras del relato y otorga un dinamismo inusitado que empuja a la novela hacia su desenlace. Tiempos oníricos, filosóficos, ancestrales y “capitalistas” confluyen y se aceleran, superponiéndose en una trama arrasada por discutidos mandatos sociales.
Las últimas palabras de Yeonghye “¿Por qué no puedo morirme?” atraviesan valoraciones ancestrales, transculturales, sobre la muerte, y se vinculan con el cuestionamiento de la violencia médica que invade los cuerpos con su impronta de normalidad en la lucha contra una muerte que, en definitiva, se manifiesta como salvífica.
Las secuencias terminales de la novela son acompañadas por árboles, cuyas llamas verdes acechan en las orillas de los trayectos de la memoria y de los recorridos reales de Inhye dentro y fuera del nosocomio. Las enormes bestias verdosas que arden a la vera del camino, las gigantes bestias erectas, cuyas hojas brillan con la luz, como nacidas de nuevo, son el contrapunto metafórico de una Yeonghye que,
parada cabeza abajo, pretende aferrarse al núcleo de la tierra con la flor de su pubis atravesada por la luz del cielo.
La ritualización de la rutina, de las máscaras y el maquillaje, atormenta a Inhye y colapsan al compás de una Yeonghye agonizante y feliz, mientras escapa del lenguaje, de la brusquedad de la barbarie, hacia la pasividad de los árboles.
El recuerdo de Inhye de cuando su hermana cierta vez escapara del sanatorio para entrar con sus pies en la tierra derretida por la lluvia para “nacer al revés”, se yuxtaponen con intromisiones de lucidez: la conciencia de su vacío existencial y su impulso de morir para no ser devorada por el dolor.
“Los árboles en llamas” es la parte más intensa de la novela, por la aceleración del ritmo narrativo, pero también por su profundidad filosófica. Nos hace cavilar acerca de cómo nuestras decisiones impactan en la vida de los otros. Y plantea la noción tremenda de que nuestro propio cuerpo, adaptado a la norma, es un cuerpo social en el que se alojan regulaciones y mandatos. Yeonghye nos daña con su pasividad: su renuncia al cuerpo, es una renuncia a la existencia, un cuestionamiento al sentido racional imperante en el sistema hegemónico.
No te pierdas las últimas entregas (10 y 11) de la lectura de “La vegetariana”; una novela que sobrevuela liminalidades, fronteras entre la vida y la muerte, la locura y la sensatez, el sueño y la vigilia, la risa y el llanto, los lenguajes y los silencios, las decisiones y las omisiones. Un relato que cuestiona protocolos, máscaras y dispositivos, en esa fuga existencial de la propia identidad, de los aromas y sabores de nuestra historia animal y sus convenciones. ”La vegetariana” nos habla de autodestrucción, y deconstrucción, de edificar al revés, de morir para renacer impolutos y exiliados de la conciencia y el dolor.
¡Danos tu opinión y comentá los envíos en las redes sociales!
La Ronda Lectora es #siempreliteratura
Fuentes:
Gómez, Ariana: Lecturas 10 y 11 de “La vegetariana”, de Han Kang.