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Entrevista a Eduardo Míguez: “La universidad argentina necesita integrarse al mundo”

Así se expresaba el Dr. Eduardo Míguez, al ser entrevistado en el marco de las V Jornadas Internacionales “Problemáticas en torno a la enseñanza en la Educación Superior. Diálogo abierto entre la Didáctica General y las Didácticas Específicas”. El investigador brindó una conferencia titulada “Perspectiva de la situación actual de la Universidad Argentina y sus desafíos”.

10 de agosto de 2022, 16:01.

imagen Entrevista a Eduardo Míguez: "La universidad argentina necesita integrarse al mundo"

Eduardo Míguez

Así se expresaba el Dr. Eduardo Míguez, al ser entrevistado en el marco de las V Jornadas Internacionales “Problemáticas en torno a la enseñanza en la Educación Superior. Diálogo abierto entre la Didáctica General y las Didácticas Específicas”. El investigador brindó una conferencia titulada “Perspectiva de la situación actual de la Universidad Argentina y sus desafíos”.

Eduardo José Míguez estudió en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en la de Oxford (1981). Entre otras obras, es autor de “Historia económica de la Argentina” (Sudamericana, 2008), “El mundo del Martín Fierro” (EUDEBA, 2005) y compilador de “Un nuevo orden político. Provincias y estado nacional 1852-1880” (Biblos, 2010). Es autor del ensayo “Crítica (y reivindicación) de la universidad pública”, en el que aborda diversas problemáticas actuales de la educación superior argentina. Publicó numerosos artículos en Argentina, México, España, Brasil, Estados Unidos e Italia. Enseñó en universidades argentinas, en Estados Unidos y España, y fue investigador invitado en Inglaterra y Francia. Es profesor titular de Historia Argentina en la Universidad Nacional de Mar del Plata y en la UNCPBA (Tandil), donde fue Vicerrector.

Los comienzos: historiador y gestor

En el inicio de nuestro diálogo el Dr. Míguez explicó que “Yo no soy especialista en didáctica universitaria, mi campo específico es la investigación histórica. Siendo estudiantes de la UBA ya pensábamos cómo mejorar la universidad, quizá con un poco de inocencia, sin entender profundamente los problemas, pero con gran motivación y vocación. Luego tuve la oportunidad de estudiar en el exterior. Y esto me brindó una perspectiva distinta para pensar la universidad argentina. Logré el doctorado en 1982 e inmediatamente comencé a trabajar en la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Fue entonces que se desencadenó el vendaval político de la vuelta a la democracia y la normalización de la universidad. Fui designado Decano Normalizador de una Facultad. Pude entonces compatibilizar aquellas inquietudes y experiencias con los conocimientos adquiridos y el lugar que comencé a ocupar casi de manera inesperada. A mi actividad de historiador, sumé la de gestor universitario. Continuaba pensando en cómo mejorar la universidad en Argentina, teniendo en cuenta mi experiencia sobre cómo funcionaban las universidades en otros lugares del mundo. Luego desarrollé funciones como Secretario de Ciencia y Técnica y después como Vicerrector de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNCPBA o UNICEN) con sede principal en Tandil. Merced a esa experiencia de gestión y conocimiento, organismos como CONEAU, el Ministerio de Ciencia y Técnica consultaban mi punto de vista sobre temas educativos, evaluativos. Esto me condujo a escribir pequeños textos, diseñar políticas en estos campos para mi universidad. Escribí un ensayo que vuelca mi experiencia y reflexiones sobre estas problemáticas (NdR: se refiere a “Crítica (y reivindicación) de la universidad pública”). Ese es el núcleo de mi exposición en estas jornadas”.

La universidad argentina y la Reforma Universitaria

Al ser consultado acerca de su visión crítica de las condiciones de la universidad argentina, el Dr. Míguez afirmó que “hasta el SXIX, esta era similar a las universidades del resto del mundo. Era el ámbito de formación de las clases dirigentes hasta incluso comienzos del SXX. Y todas las universidades del mundo formaban a las clases altas de la sociedad. Luego la actividad profesional se empezó a hacer más específica. Si bien básicamente desde el SXVIII egresaban médicos y abogados, a comienzos del SXX las profesiones comenzaron a diversificarse: Ingeniería, Arquitectura y otras carreras específicas”. “En ese momento -añade Míguez- se produjo en Argentina la Reforma Universitaria, que tuvo un objetivo muy loable: la apertura de la universidad para democratizar la formación profesional y llegara a una población más numerosa y diversa. Sin duda esto marcó a la universidad argentina de una manera profunda. Se generó lo que llamo “dependencia histórica”, que es cuando algo adquiere ciertas características por un proceso de formación histórica y que luego se hace difícil alterar o cambiar. Nos hemos  quedado anclados en esa universidad del SXIX, que ofrece una formación profesional. Pero el mundo actual cambió, no es así. Y si bien la universidad cumple su “función profesional” adecuadamente, hay otras funciones que debe cumplir y que la sociedad necesita: hay actividades que no requieren de una formación específica pero si de un desarrollo intelectual general, y sin embargo, nuestra universidad sigue pensando en términos profesionales. Cuando pensamos en carreras nuevas, en ampliar la oferta, pensamos en nichos específicos para formar un profesional para tal cosa u otra. Y eso no es lo único que requiere hoy el mercado laboral”.

“Aprender haciendo”

Acerca de las condiciones necesarias para un cambio en la educación superior, el historiador señaló que “hoy se demanda personas con formación amplia y gran capacidad para aprender. En inglés se habla de “learning by doing”, “aprender haciendo”. Todos aprendemos haciendo, pero sobre la base de las aptitudes, capacidades, que hemos adquirido previamente. Si no tenemos un conjunto básico de capacidades, no podemos seguir incorporando nuevas formas de actuar; por ejemplo si uno no se sabe leer, es muy poco lo que se puede aprender. La universidad, incluso cuando no es consciente de ello, nos brinda una manera de pensar, de reflexionar sobre la realidad, que es muy distinta a la de la persona que no tiene una experiencia universitaria. Cualquiera sea la disciplina abordada. Distintas formaciones profesionales nos dan aptitud para hacer cosas que pueden ser muy distintas a aquello para lo que fuimos formados específicamente. Obviamente podemos incorporar conocimientos, pero porque ya estamos en condiciones de hacerlo. Nuestra universidad no hace esto a propósito, sino como resultado colateral del intento de formar siempre profesionales. Y eso es ineficiente, y nos deja afuera de la circulación internacional de estudiantes y profesores. Tenemos la idea de que el estudiante debe tener una currícula fija, y muchas veces no es así. Sin duda el estudiante tiene que tener algunos  conocimientos fijos en la trayectoria universitaria, pero pueden, los egresados de una carrera, no tener el mismo perfil. Cuando lleguen al mercado laboral se les va a exigir que aprendan otras cosas. Nadie sale de una universidad sabiendo todo lo que necesita para salir al mundo. Una vez inserto en el mercado laboral, el egresado experimentará un “learning by doing”, un “aprender haciendo”. La universidad argentina necesita integrarse al mundo. Es necesario ser más flexibles en un sistema que permita a los estudiantes ir a una universidad de una provincia o un país vecinos, que nos permita traer profesores que vengan a la universidad, pero no para dar los mismos cursos de la currícula fija, sino para contribuir a que los estudiantes expandan su capacidad de pensar y de comunicarse de una manera más amplia que si simplemente cumplieran con los tres cursos de estadística previstos”.

La universidad y la educación continua

Según Míguez, “la formación de las licenciaturas se vincula mucho con la llamada “tendencia al enciclopedismo”, en las que parece que el estudiante tiene que conocer toda la disciplina para graduarse. Si bien creo que no sería recomendable alivianar la densidad de contenidos, opino que la ambición de saber todo no es realista, y dificulta la profundización de la amplitud mental que permita a una persona abordar problemas diversos. Y eso encontrará el egresado en el mercado laboral, porque este ya no se resuelve con un conjunto pequeño (que siempre será pequeño porque el tiempo es finito) de conocimientos que se adquieren en la facultad. Esta aportará la base y luego el estudiante seguirá adquiriendo conocimientos en al marco de la educación continua, que puede ser una función muy importante de la universidad. Aunque mucha de esta formación se da en al ámbito empresarial o de actividades públicas o privadas. La universidad puede contribuir con ella organizando cursos de especialización, por ejemplo, actividades específicas de enseñanza que apunten a las necesidades que distintos sectores de la producción o de las demandas sociales”.

¿Mal uso o falta de recursos?

Al referirse a las falencias en el desarrollo de la educación superior en Argentina, el historiador afirma que “sin duda que cuanto más recursos se vuelquen a las universidades, mejores posibilidades tendrán de progresar, pero creo que hay un evidente mal uso de esos recursos. Con los medios de que se dispone actualmente, se puede  hacer cosas mucho mejores que las que hacemos. Sin embargo, tenemos un esquema universitario que se resiste a ser cambiado, por el peso de las tradiciones, por el efecto de la continuidad histórica. Nuestro sistema no es el mejor para los requerimientos del mundo actual. Para optimizarlo, en primer lugar, hay que cambiar la currícula. Algunas universidades, como la de Córdoba ya están flexibilizando los primeros años, para lograr áreas comunes que den lugar a distintas especialidades”.

El sistema anglosajón

En el marco de esta búsqueda mundial de optimización de la educación universitaria, el investigador comentó que “los países de la Unión Europea firmaron un acuerdo, el de la Ciudad de Bolonia, donde existió la primera universidad del mundo (El Alma Mater Studiorum Università di Bologna), en virtud del cual gradualmente se irá adoptando el sistema anglosajón de “4+2”, es decir 4 años de formación básica con una orientación general, no una formación profesional, y 2 años de un Master que implica una formación profesional específica que está pensada para que esos dos años den paso a otros dos, y luego otros dos, y así, coincidiendo con los cambios de las personas según sus necesidades específicas. Nosotros nos podríamos mover en ese sentido, flexibilizando las currículas, permitiendo que los estudiantes se trasladen de una carrera a otra sin perder lo que vienen acumulando. Brindar una formación básica elemental (formativa más que informativa), dejando la parte informativa más específica de conocimientos reservada a los máster, esos años adicionales. Para que esto funcionara bien, deberíamos movernos hacia una universidad con profesores full time. Obviamente no podemos tener a todos los profesores con “Dedicación Exclusiva”, habría que eliminar esta expresión y hablar solo de “profesores de la universidad” (40 horas semanales dedicadas a la docencia universitaria), luego habría dedicaciones limitadas para algunos. A medida que se optimizaran los recursos, gradualmente se podría ir pensando que no debería existir otra contratación que la del profesor universitario. Y deberíamos buscar los mecanismos para que esa transformación sea lo menos dolorosa posible, pero eficaz. Si bien en algunas áreas se justificaría contar con profesores part time (ingeniería, arquitectura, medicina) superprofesionales que son contratados por ser especialistas en un tema, para la formación básica, sin embargo, se necesitarían profesores que estén, en y sean parte de la Casa. Eso permitiría dinamizar el sistema, con docentes full time que podrían formarse afuera, tener años sabáticos, ser más flexibles a la hora de pensar sus funciones dentro de la universidad. Todos los profesores de un Departamento sentirían que son parte de él, que su quehacer central en la vida sería participar de esas actividades. Todas estas opciones se han propuesto ya, no son novedades. Sin embargo, existe una resistencia a los cambios”. Y el historiador agrega que “en los Estados Unidos, muchos estudiantes cursan 4 años de universidad y listo, porque tienen ofertas laborales inmediatas al terminar la universidad. En ese país, la tasa de graduación universitaria debe estar por encima del 50% de la población en edad estudiantil, aunque la mayoría de los estudiantes no cursan un Master. 4+2 en Europa o Estados Unidos, son 6. No obstante, en Argentina,  5 años de una carrera universitaria son 8, por el alto promedio de demora en la graduación. Si se hace bien, el 4+2 es más corto que la formación profesional. En algunos lugares como Inglaterra, se cursa 3+2, pero eso depende de la solidez de la formación previa de los alumnos. Esto es difícil hoy en Argentina”.

Un cambio posible

Ante la pregunta de cuán posible era, según su opinión, implementar esta transformación en la universidad de nuestro país, el Dr. Míguez indicó que “si Argentina se propone, como sociedad, modernizarse, adaptarse a lo que ocurre en el mundo, la universidad puede acompañar. En esta línea, las universidades, individualmente, pueden hacer muchas cosas buenas. Pero solas no pueden resolver el problema, porque no es una dificultad solo de las universidades, sino que estos obstáculos surgen desde el imaginario del conjunto social, que piensa: “¿Qué es lo que espero de la universidad?”. Y lo que se espera es esta forma tradicional que, creemos, debe cambiarse. Si la Argentina se decide a entrar al mundo, debe buscar políticas centralizadas, cuidadosas, porque no se trata de romper lo que hay, sino de ir mejorándolo paulatinamente, con transformaciones que puedan mantener una línea de continuidad, teniendo claro qué es lo que hay que hacer y cómo”.

 

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Eduardo Míguez

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