Este año no tendré la alegría de juntarme a tomar un café en el centro con Graciela Maturo. Esta constatación no es superficial. Apenas traduce la tristeza de enterarme de su fallecimiento a través del diario La Nación. Mantuve con ella un diálogo sostenido a través de esos encuentros y de mails y llamadas telefónicas desde los 90. Nos unió el común amor por la poesía y por la generación del 40. Y en las imágenes de esos encuentros, teñidas de la nostalgia estructural que caracteriza a los defensores de esa generación, Graciela se me representa con una notable lucidez y un constante entusiasmo organizativo.
Se recibió en nuestra Facultad. Desde el año 1959 fue ayudante de investigación en el Instituto de Literaturas Modernas primero en la Sección Literatura Alemana y luego en la sección Literatura Argentina. De esos años es un ensayo germinal, escrito bajo la supervisión de Adolfo Prieto, sobre el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal que luego conformaría en edición de Azor (1966) el volumen colectivo de Las claves del Adán Buenosayres, con la aprobación del propio Marechal. En 1967 ingresó como auxiliar de docencia en “Literatura Argentina I” hasta el año 1968. A partir del año siguiente, Graciela desarrollaría su carrera docente en las Universidades de Buenos Aires (Cátedra de “Introducción a la literatura”), del Salvador y Católica Argentina, aunque siempre guardó el deseo de volver a las aulas en Mendoza. Cumplió en cierto modo este anhelo como invitada frecuente en el marco de cursos de posgrado, reuniones científicas sobre literatura Argentina o autores como su admirado Marechal. Recuerdo que nunca se ajustaba a los tiempos asignados a su exposición por las frecuentes digresiones plenas de experiencias, anécdotas de primera mano con personalidades literarias y recuerdos institucionales. Pero la riqueza de sus exposiciones nos llevó a reincidir nuevamente en nuestras invitaciones.
El espectro de los intereses investigativos de Graciela fue amplio. Creo conveniente resaltar su labor pionera en la crítica marechaliana, como así también sus estudios sobre Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y el surrealismo en la Argentina. Fue, además, una de las más singulares representantes de la hermenéutica literaria en nuestro país, junto con críticos como Edelweis Serra, Graciela Ricci, Lidia Ameztoy o Gaspar Pío del Corro. De la hermenéutica se deriva su particular interés por la consideración de los mitos y los símbolos en la literatura, desde una perspectiva humanista y americanista. Fue además investigadora principal del CONICET. Por su labor de ensayista literaria, recibió el día anterior a su fallecimiento, el Premio Konex 2024.
Su consagración a la poesía se manifiesta no solo en la fundación de grupos como Amigos de la poesía, con Elena Jankarik y Fanny Polimeni o de revistas y sellos editoriales como Azor, sino también en una dilatada obra lírica: Un viento hecho de pájaros (1958); El Rostro (1961); El mar que en mí resuena (1965); Habita entre nosotros (1968); Canto de Eurídice (1982); El mar se llama ahora con tu nombre (1993); Memoria del Trasmundo (1995); Cantos de Orfeo y Eurídice, (1996); Nacer en la Palabra (1997); Cantata del agua (plaqueta), (1998); Navegación de altura, (2004); Antología Poética (2008); Bosque de Alondras. Antología poética 1958-2008, (2009); Jardín de arena (2016); La flor tardía. Poemas y canciones (2019). Rescato de esta fría enumeración, la colección El mar se llama ahora con tu nombre, un volumen que presenta la singularidad de expresar no las penas del amor, como suele ser la costumbre, sino su celebración plena, tal como se desprende de estos bellísimos versos que cierran mi evocación:
“Cómo decir el río de silencio que recorre la sombra de mi carne
cómo decir una palabra viva
un rumor tembloroso intraducible ciego que va hacia ti
te nombra y va labrando
en mi pecho tu imagen.
Cómo decir palabras sin palabras
el sol nocturno que ilumina mis venas
la música que brota de mis sienes calladas
el resplandor que nace de mis manos.
Cómo decir amor que estás en mí
que me navegas como un pez de fuego
y me arrasas el alma y vuelves a crearla
con el aire quemante de tu boca.
Soy el trigal ardido que tu llama posee
un arenal que inundas de mariposas vivas.
Una tierra de musgo donde yaces hermoso como un potro de ojos celestes y dulcísimos”.
Víctor Gustavo Zonana