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FRANCISCO I Y SU DEFENSA DE LA LECTURA LITERARIA

imagen FRANCISCO I Y SU DEFENSA DE LA LECTURA LITERARIA

Bergoglio y Borges.

Jorge Mario Bergoglio se desempeñó entre 1964 y 1965 como docente de literatura en el colegio secundario de la Inmaculada Concepción de Santa Fe. Por la mediación de María Esther Vázquez había conocido a Jorge Luis Borges. Como una estrategia de motivación de sus estudiantes, le solicitó a Borges que dictara un curso sobre literatura gauchesca. Asimismo, organizó un concurso de escritura creativa. Los cuentos escritos por sus alumnos formaron luego parte de la antología Cuentos originales, editados en Santa Fe por Castellví en 1965 y prologados por Borges (sobre este episodio puede verse el trabajo de Edna Aizemberg titulado “Borges, Bergoglio y Cuentos originales. Historia de un prólogo y 14 ficciones” aparecido en la revista Variaciones Borges, vol. 37, enero, 2014).

Esa experiencia de docente de literatura nunca se desvaneció. Prueba de ello es su carta “Sobre el papel de la literatura en la formación” del 4 de agosto de 2024. Reproducimos a continuación la carta y, con su autorización, el comentario que Diego Bentivegna le dedica.

https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2024/08/04/240804a.html

La carta de Francisco sobre el rol de la literatura: DE BORGES, T.S. ELIOT, PROUST Y CELAN.
Diego Bentivegna (UNTREF – CONICET)

Jorge Mario Bergoglio, se sabe, fue profesor de Literatura durante un cierto período de su vida (“entre 1964 y 1965, con 28 años), cuando ejerció la docencia en el colegio jesuita de Santa Fe, uno de los más antiguos y prestigiosos del país. De hecho, hay una foto que retrata al futuro pontífice en los años 70, en el Seminario de San Miguel. Bergoglio había invitado al autor de El Aleph a charlar directamente con sus alumnos, futuros sacerdotes.

Hace menos de un año, ya en su rol de jefe máximo del catolicismo, Francisco dio a conocer una carta apostólica sobre “el papel de la literatura en la formación” que, tal vez, es uno de los últimos grandes acontecimientos en los debates por la enseñanza no solo de la literatura sino, en general, de las humanidades, como se sabe, hoy fuertemente cuestionadas por los poderes de turno.

Karol Wojtyla escribía poemas. Joseph Ratzinger fue un tratadista temible. Bergoglio, en cambio, parece sentirse más en casa en el campo de la enseñanza y de la crítica.

La carta pasa por Borges y por el teólogo Karl Rahner; pasa por los ensayos de T.S. Eliot y por las reflexiones en torno a la literatura como telescopio de Marcel Proust; pasa, sin sentirse en la necesidad de nombrarlos, por Bajtín y por Levinas; pasa por Jean Cocteau y por San Pablo y se cierra con ese otro Pablo: se cierra con Celan, el poeta judío sobreviviente de la guerra y del extermino cuya obra llevó a Adorno a revisar su famosa frase sobre la condición de la poesía después de Auschwitz.

Por supuesto, no hay que ser tan ingenuos de leer en esa carta apostólica estrictamente la posición de una persona en particular, de Bergoglio como singular, acerca de la literatura. Tampoco habría que leerla como un mensaje que apuntara de manera excluyente a la formación del sacerdocio. Por el contrario, la carta es una síntesis lograda de un apostolado acerca del lugar de la literatura y de su enseñanza que involucra a diferentes sujetos comprometidos con la formación literaria y que piensa, fundamentalmente, en el lugar de los docentes.

Lo más interesante del mensaje del Papa sobre la enseñanza de la literatura es que esta no puede entenderse ya como una práctica ligada con la difusión de una doctrina. La literatura no interesa por su adhesión a un dogma, ni por la transmisión de mensajes edificantes (tal vez la gran tara de la concepción de literatura en sectores religiosos), ni por el carácter programático asociado con la puesta en texto, con la puesta en relato o con la puesta en poema, de un saber teológico, filosófico o político. Lo que interesa de la literatura, y en este punto Bergoglio parece haber asimilado de manera potente la enseñanza de autores argentinos como el ya mencionado Jorge Luis Borges o como Leopoldo Marechal (a quien, acaso no por casualidad, nombra Cristina Fernández en la despedida del Papa que publicó hoy mismo en su cuenta personal de X), es que ella es el lugar donde se explora una voz: una forma que se persigue, que se busca, más allá de que en algún momento pueda ser efectivamente apresada, como en la caza de la lengua que postulaban, cada uno a su modo, dos fundadores de tradiciones literarias a los que Bergoglio seguramente no podía permanecer ajeno en tanto miembro de una condición “itálica” dispersa por el mundo y en tanto latinoamericano: Dante y Darío.

Pero la literatura, sostiene la carta apostólica del año pasado, no se limita a una busca de una voz propia. Es, al mismo tiempo, escucha de una alteridad: escuchar la voz de alguien es también “escuchar la voz de otro que nos interpela”. La contracara de eso que hace la literatura con sus lectores es una práctica de la voz única, de la voz monológica, donde todo remite a un plano de sentido unificado y monocorde, donde el otro es objeto de representación estereotipada, de burla, de rechazo, de conmiseración o de pena. En literatura, sostiene Bergoglio, no se trata de objetivar al otro en una identidad cómoda y fácilmente digerible, sino de desplazar la mirada hacia algo imprevisto y a menudo indeseado: ver con los ojos de los demás.

Asimismo, la literatura, al menos la literatura que parece interesarle a Bergoglio, es el lugar donde se realiza experiencia de vida. Tal vez en sintonía con algunos regresos contemporáneos a la gran tradición filológica del siglo XX, la literatura, para el papa recientemente fallecido, no opera ni en el plano de la verdad, ni en el plano de la mentira, ni en el plano del reflejo, ni en el plano de la pureza expresiva. No opera, sobre todo, en el plano de un juicio, ético o moral, sobre aquello con lo que la literatura trabaja, temas, situaciones o personajes. La literatura actúa, más bien, en el campo de la proyección de un saber sobre la vida, que es al mismo tiempo un saber sobre la convivencia (¿cómo vivir juntos?) y sobre las formas heterogéneas de sobrevivir. Y que es, siempre, un saber que se interroga sobre sus propias condiciones, vacilantes o precarias, que son al mismo tiempo su potencia.

En un momento, la carta de 2024 habla de la “polifonía de la revelación”: una revelación que se apoya en los cruces, las mezclas y las luchas de voces que definen una práctica, la literatura, que Bergoglio, como evidencian las citas de escritores y poetas en sus encíclicas papales, nunca había olvidado.

 

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