La Dra. Salgán vive en Malargüe desde hace 15 años con su pareja, también profesional de la Arqueología: “La ida era poder convivir en la comunidad en la que uno trabaja habitualmente, lo cual echa por tierra viejas estructuras de la arqueología. Para nosotros fue muy importante romper con esto. Desde estudiantes nos replanteábamos la posibilidad de construir otro tipo de ciencia, otra manera de fundar vínculos con las comunidades y el conocimiento, y lo intentamos hacer desde nuestra propia práctica. La verdad es que lo recomiendo mucho, porque no es lo mismo que el/la investigador/a sea tu vecino/a, el/la que lleva a los chicos a la escuela y con el/la que se puede dialogar, y no ese/a investigador/a que viene cada tanto, brinda su conferencia y se va. Es otra forma de consolidar la disciplina”, explicó.
Rocas de aquí y de allá
La investigadora presentó una ponencia denominada “Rocas de aquí y de allá. Transporte y uso de obsidiana de la Laguna del Maule en la Payunia, Mendoza”. Respecto de esta investigación, subrayó que “trabajo con tecnología lítica, y algo que nos preguntábamos era cómo habían hecho las poblaciones del pasado, que ocupaban ambientes áridos, para proveerse de los recursos necesarios. Adaptarse a la Payunia, un ambiente volcánico, sin cursos de agua permanente y con recursos localizados era muy difícil. La pregunta que surgió, entonces, fue ¿Cómo hicieron esas sociedades humanas para buscar las rocas que necesitaban, por ejemplo para hacer las herramientas de caza, como las puntas de flechas y proveerse de los elementos que nosotros cotidianamente usamos en nuestras casas, que hoy son de metal, y que en el pasado se elaboraban con rocas?”.
“Una de las fuentes de vidrio volcánico (obsidiana) para fabricar estas herramientas se encuentra en Laguna de Maule, en Chile, pero hay otras. Queríamos saber de dónde salía esa obsidiana, un material muy particular porque se origina en la erupción volcánica. Es decir que esa materia prima nace de una explosión volcánica, tan incandescente que no llega a formar cristales, y que tiene una textura muy parecida a la del vidrio industrial que conocemos, pero que es natural, vidrio volcánico. Estas rocas eran muy apreciadas por las poblaciones en el pasado, porque permitían confeccionar herramientas que tenían un filo muy potente, que no se rompían fácilmente y que brindaban efectividad al momento de elaborar, por ejemplo, una punta de flecha. Otros elementos que se fabricaban eran cuchillos, raspadores, herramientas para trozar animales de caza, separar la carne, limpiar los huesos, el cuero, etc. También se requerían rocas para otras labores, como cortar vegetación y hacer la recolección. Incluso, actualmente, muchas mujeres descendientes de pueblos originarios solicitan obsidiana para cortar el cordón umbilical durante los partos caseros. El material tiene una estructura muy fina, no corta los tejidos, se desliza entre las células, con un filo muy particular, propio de este vidrio natural”, señaló.
Traslados y usos de las rocas
Ante la consulta de cómo se efectuaba el traslado y por qué se hallaron puntas de flecha de ese material en espacios no habitados, la Dra. Salgán explicó que “la tecnología lítica tiene una particularidad muy positiva: se puede disgregar en etapas. La obsidiana es una roca natural que puede ser secuenciada en etapas hasta llegar a la punta de flecha y es factible replicarlas para llegar a ese resultado. Muchos arqueólogos nos dedicamos a tallar las mismas puntas para comprobar cómo se desarrollaron esos estadios. Esto nos permite ordenar la secuencia en el espacio. Si hallamos el volcán del que salió la obsidiana, podemos llegar a la punta y conocer los lugares a donde fue esa persona que trasladó, ya sea el nódulo natural (que nosotros llamamos núcleo) o si extrajo un par de lascas, se las llevó a su lugar de ocupación y allí talló esa punta de flecha. Es posible que quizá encontremos ese elemento en el lugar en que se perdió por un error de caza. Todos esos escenarios nos los imaginamos permanentemente. En un sitio arqueológico, es posible hallar muchos eventos de ocupación humana. Entonces es necesario ordenar y secuenciar esos materiales. Quizá nos encontremos con múltiples eventos de talla, no instrumentos, sino desechos de las etapas intermedias, por eso es tan importante replicar esas secuencias de talla hasta llegar a la punta”, explicó.
Con referencia a las características de la roca, la docente explicó que “la ventaja de la obsidiana es que se da solo en algunos lugares, como la Cordillera de Los Andes y en otros centros volcánicos antiguos que ya están inactivos. Otra de sus particularidades es que una vez que uno encuentra una fuente de vidrio volcánico, se le pueden hacer estudios geoquímicos, que son como un estudio de ADN, porque nos permiten determinar cuál es la concentración de los elementos químicos que componen la obsidiana, para después hacerle el mismo estudio a la punta de flecha que encontramos en el medio del campo y saber de qué volcán vino. Hay más de 7 fuentes de obsidiana en Mendoza, la que está más al norte se ubica en el volcán Maipo, cerca de la Laguna del Diamante. La fuente de la Laguna del Maule se encuentra muy cercana a ese volcán, es decir que esa punta hallada ha viajado más de 300 km. No sabemos si fueron las personas las que se trasladaron a buscarla o hubo una interacción con otras poblaciones que generó una transacción o intercambio de piezas, aun cuando no tenemos registros de ocupación humana en esas zonas para esos fechados. Es decir que, en ese momento, ya había un conocimiento del ambiente muy acabado, que permitía explotar los recursos, a pesar de que la región no estaba ocupada. El uso de la tecnología permitió vincular regiones que antes no se podían conectar de otra manera; por ejemplo se ha hallado obsidiana de la Laguna del Maule, de Chile, en San Luis, en La Pampa. Esto nos ha permitido ver interacciones a las que no podríamos acceder desde otras herramientas arqueológicas”.
La Colectiva Arquyanas y el conversatorio
La Dra. Salgán integra, actualmente la colectiva “Arquyanas”, formada también por otras arqueólogas y profesionales de gestión, docencia e investigación, como Cristina Prieto Olavarría, María José Ots, Lourdes Iniesta, Nuria Sugrañes, Daniela Guevara, Silvina Castro, Lucía Yebra, Gabriela Sabatini, Gabriela Da Peña Aldao, Elina Albarrán, María Sol Zárate, Lorena Puebla, Cecilia Frigolé, Vanina Terraza y Paz Pompei. Dicha agrupación inició sus tareas durante la pandemia de COViD-19, centrándose en cuestiones como el rol de las mujeres y las disidencias en el ámbito de la arqueología: “Después de múltiples correos y encuentros, como el del Congreso Nacional de Arqueología del 2019 en Córdoba, en el que se realizó un conversatorio sobre género y arqueología, se removieron estas inquietudes. Se generó entonces la intención de formar una red nacional de arqueólogas. María José Ots y Cristina Prieto armaron una lista de profesionales que estuvieran interesadas en formar parte. Comenzamos a pensar cuál sería la mejor forma de entender qué estaba pasando en Cuyo, específicamente en la Arqueología de Mendoza, con la participación de las mujeres, algo que desconocíamos totalmente. Hicimos una encuesta donde abordábamos temas relacionados con la violencia laboral y sexual en nuestro ámbito. Y hallamos resultados interesantes: pudimos visibilizar esas situaciones. Muchos de estos resultados se presentaron en el conversatorio denominado “Arqueología cuyana en deconstrucción: Perspectiva de género, voces y nuevas miradas”, en el marco de las JAC”, expresó Salgán.
Con relación a la colectiva que integra, la docente afirmó que “Arquyanas es un espacio de elección de cada una de las que está en él, abierto, que se va construyendo en el camino. Hoy tenemos varios temas en la agenda que nuestras compañeras presentaron en sociedad en el marco del conversatorio, donde planteamos abordar preguntas de las arqueólogas en relación con la deconstrucción de género en la disciplina, para lo cual invitamos a Carina Jofré que es parte de la RIDAP (Red de Información y Discusión Sobre Arqueología y Patrimonio) de San Juan, para que nos contara cómo abordaban la problemática desde esta red. También convocamos a Alejandra Ciriza, quien integra en el IDEGEM (Instituto de Estudios de Género y Mujeres), de la UNCuyo, para que nos diera el panorama de la inserción de las mujeres en las disciplinas sociales y sus interrogantes”.
Las pioneras de las “nuevas miradas” y la deconstrucción arqueológica
Desde Arquyanas, se comenzó a investigar, con los condicionamientos por la pandemia, qué mujeres, entre los ‘40 y los ‘70, con la creación del Instituto de Arqueología en la FFyL, habían participado en esos equipos de trabajo, y se halló que muchas de ellas figuraban en las fotografías de las campañas arqueológicas, se licenciaban en Historia y seguían teniendo participación en temas vinculados con la disciplina, pero no figuraban sus nombres en las publicaciones. Formaban parte de los equipos de laboratorio, colaborando en la limpieza de los materiales, pero tardaron mucho en ser incorporadas al ámbito de la investigación y del ejercicio de la carrera con nombre propio. Esta realidad se replicaba en el contexto nacional de una forma muy similar: “Hoy, en el ámbito de la investigación, las mujeres ocupamos siempre los estamentos más bajos. Somos mayoría, pero a medida que vamos ascendiendo en el escalafón de los cargos, se va achicando el cuello de botella donde se hace notable la preeminencia masculina. Podemos ver y experimentar claramente el “techo de cristal”. Es indudable la influencia de una sociedad patriarcal, que dictamina que el rol de la mujer su sitúa en el ámbito doméstico, con las tareas de cuidado, relegando la carrera universitaria cuando se decide formar una familia. No existen políticas claras en el ámbito de la investigación y de la docencia que contemplen esas particularidades y que aseguren un cupo de ingreso. Creemos que el tema del cupo en Argentina ha marcado una diferencia en los espacios políticos y académicos, pero ese paso no se dio en la investigación. Creemos que hay que discutirlo para cambiarlo”.
“En Argentina –continuó Salgán- hay un grupo de arqueólogas de la UBA que por los años ‘90 realizó una presentación en un Congreso de Costa Rica. Vivian Scheinson, Mónica Berón y Cristina Bellelli fueron las primeras en analizar la situación de la mujer en la disciplina en el ámbito internacional, cuando aún eran estudiantes. Luego, pasaron 25 años de silencio, en que nadie retomó el tema. En el año 2019, en el marco del XX Congreso Nacional de Arqueología, ellas volvieron a plantear el tema. Previamente se habían realizado varias denuncias de acoso sexual y laboral, con investigadoras que tomaron relevancia en nuestros ámbitos, sumadas a la mirada combativa de las más jóvenes, decididas a no dejar pasar cosas que quizás antes se toleraban. Se tomó conciencia de que era necesario generar protocolos, saber que había un espacio en el cual cualquiera que sufriera una situación de violencia podía acercarse para ser acompañada. La arqueología es un ámbito muy masculinizado. Históricamente se pensó para el varón, no para la mujer”.
Acerca de cómo hoy la arqueología reconstruye la mirada sobre los roles de género, la investigadora señaló que “la mirada influida por la visión occidentalizada es la de la mujer como recolectora permaneciendo en el campamento y el hombre como cazador marchando en busca de la pieza de caza. La misma arqueología está rompiendo con esta perspectiva, a través de la publicación de nuevas investigaciones que analizan cuál era el sexo biológico real de las personas cazadoras que aparecían en los entierros humanos con ajuares vinculados a la cacería, en virtud de los cuales se podía atribuir dicho rol. Se demostró que un porcentaje importante de estos restos era de mujeres, hallazgos a los que antes no se podía tener a acceso porque no se contaba con las herramientas para encontrar esas respuestas. Hoy, la ciencia nos permite avanzar en estas investigaciones que van motivando otros interrogantes respecto del registro arqueológico del cual bajamos la mirada tradicional. Los roles de género que muchas veces transmitimos, por visiones occidentalizadas al momento de hacer el registro, no nos permiten ver que la diversidad en las prácticas culturales son una realidad en el presente y muy posiblemente lo fueran en el pasado”.
* Nota realizada por Lic. Marcela González, Comunicación y Difusión de la SEU de la FFyL.