Elbia Difabio: Un trayecto de hitos, mitologías y etimologías
La profesora Difabio, a su turno, explicó que era consciente de Cronos, de la existencia de un límite de tiempo de reloj y de kairos de que era el momento oportuno, la ocasión adecuada para hacer algo tan significativo como dar las gracias con justicia: “los hitos explican cuántas personas generosas me han alentado, apoyado, confiado en mí, durante mi vida académica”.
“De niña jugaba la maestra, casi nunca a la mamá, según me contaba mi familia. Eso sí, muy elegante, con tacos, collares y ojos maquillados, mejor dicho, pintados con tizas de colores. Mis alumnas, las muñecas, sentaditas cada una en una silla”.
“Egresé como Maestra Normal Nacional y fui suplente durante diez años. Los maestros juntábamos ropa para el ropero escolar, muestras médicas gratis, incluso marcos de anteojos, llevábamos algún sacerdote para la primera comunión. Recibíamos regalos conmovedores: atados de acelgas, huevos frescos. Había un mimeógrafo, cuya tinta quedaba marcada por varios días entre los dedos en los que preparábamos ejercicios y de dudosa exactitud, mapas y retratos. Las entonces escuelas nacionales nos enseñaron, que la falta de recursos materiales potencia la creatividad, la adaptabilidad, la iniciativa y el trabajo en equipo”.
“Al ingreso a la facultad, amor a primera vista: Latín y, después, vino Griego. El titular de Latín I, ya entrada en la facultad, elogió muy satisfecho mi primer parcial. Cuando entendí qué había pasado, me acerqué a su oficina para explicarle que la oración de Cicerón estaba toda traducida en el diccionario que él me había prestado, porque yo había olvidado el mío”.
“Desde entonces, como compartíamos micro, el 4, me invitaba a declinar y a conjugar hasta que llegábamos al viejo edificio de calle Las Heras. Educación humanizada y personalizada, durante los cinco años, con un plantel de profesores serios e idóneos. Más tarde, un decano que me había conocido como estudiante, me invitó a ser Jefa de Trabajos Prácticos. Me negué. ‘La facultad me queda grande’, argumenté. Al año siguiente, ya afianzada en muchos temas, acepté el cargo. La Providencia me guio junto a una titular entrañable, la Profesora Hortensia Larrañaga”.
“Agradezco el homenaje, pero yo, a su vez, lo retransmito a todos los que me ayudaron a lo largo de mi carrera. En cierta ocasión, luego de la primera clase, la profesora Larrañaga anticipó contenta: ‘será un buen año. Es un grupo de buenas miradas’. Y tenía razón. Me fijé más en los gestos y en las miradas, intentando siempre mediar. Además, en mis cátedras tuve dos aliados invencibles e incondicionales: la mitología y la etimología. Muchas veces venía el pedido al final de la hora: ‘-¡Profesora, cuéntanos un mito!’”.
“En cuanto a la etimología –completó- me hacía eco de mis profesores, quienes insistían: ‘no lo olviden, son los custodios de la palabra’. Esto en un ambiente de docere delectando, invitando a bucear, no a surfear. Le decía a mis alumnos: ¿Van a bucear o van a surfear en los textos? Séneca aseguraba: ‘Homines dum docent discunt’, ‘los hombres, mientras enseñan, aprenden’”.
“El aula es un espacio placentero, donde confluyen los personajes de Quino: confieso que mis favoritos son los ‘Felipes’: esos que se acercaban despistados y preguntaban: ‘-Profe, ¿cuándo lo dijo?’. – ‘Lo repitió varias veces’, afirmaban los otros alumnos presentes en un gabinete felizmente visitado. En mi caso, me resisto a que los ‘Manolitos’ no avancen”.
“En esa época comencé en la entonces Escuela de Formación Docente. Intrigada, a los meses, pregunté a Isabel Blas, la directora, quién había dado mi nombre. Era Doña Emilia de Zuleta. Cuando me acerqué para agradecerle, la señora me dijo que necesitaba una docente con experiencia en primaria y que me había visto varias veces con el guardapolvo bajo el brazo”.
“Ejercí en otro terciario, con una directora, Claudia Ferro, quien me cedió, la cátedra cuando bien podía haberla ocupado ella. Y dos choferes de lujo los jueves: Magdalena Nallim y luego Laura Cogni. Largas charlas mientras apreciábamos el paisaje, según las estaciones, camino Rodeo del Medio”.
“En la facultad se agregó ADEISE, iniciativa de Miguel Verstraete, a quien sucedió Cristina Lucero, nuestra compañera de secundaria. Y la coordinación de la literatura en LIJ por sugerencia de Loli Comas. Intervino Adriana García. A su Secretaria Académica Claudia Papparini, le pedí que pusiera fecha de vencimiento. Y me tranquilizó: ‘hasta que te cansés’. Y no me cansé. El grupo de colegas fue impecable, entre ellos, Patricia Vallina”.
“Luego, apareció Toti Cueto, en Territorialización del Rectorado. Con su misión de estratega, sentamos presencia en distintos Departamentos con una propuesta de calidad. A esto se sumó Gladys Lizabe, con el CIEM, que tanto éxito ha tenido. El doctorado, por otra parte, tuvo un binomio ejemplar, el Dr. Zubiría, Dorita Scaramella primero, luego Hortensia, que aunaron pareceres y facilitaron que yo avanzara sin tropiezos. He intentado hermanar docencia e investigación mediante proyectos siempre interdisciplinarios y su comunicación en redes universitarias. He conocido todos los niveles del sistema educativo que me permitieron mis títulos. Y de cada uno atesoro gratos recuerdos”.
“El pesimista ve la herida en la cicatriz. El optimista, la cicatriz en la herida. Me inclino por el segundo modo de recorrer la vida. Y he sido afortunada”, expresó la nueva Profesora Emérita.
“Cada uno de nosotros es un tejido en el que intervienen personas, en mi caso muy bien inspiradas, y cada tejido forma el tapiz de la universidad. Somos conscientes de todo lo que ella nos brinda y mencionamos cabalmente su constante asistencia. Pese a los embates algunos muy recientes, pese a los sobresaltos y a los sinsabores según las épocas, la Universidad Nacional de Cuyo se yergue, vital, firme, solidaria, hospitalaria, pujante, inclusiva, alerta y actualizada ante los cambios, necesidades e intereses de la sociedad, auténtica usina de promoción social y cultural. Sin duda un caleidoscopio, para usar una palabra muy de origen griego, en el que cada uno, sin excepción, es parte significativa, bajo su excelso lema: ‘En el aleteo del espíritu, está la vida’: ‘In spiritus remigio vita’”, cerró Elbia Difabio.