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Elbia Difabio es nueva Profesora Emérita de la UNCUYO

El Consejo Superior de la Universidad designó a la Dra. Elbia Difabio como Profesora Extraordinaria de la Universidad Nacional de Cuyo, en la categoría de “Profesora Emérita”.

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La docente e investigadora fue distinguida por su dilatada trayectoria en todos los niveles y modalidades del sistema educativo, por su aporte a los estudios humanísticos en general, y clásicos en particular, y por su valiosa contribución a la didáctica de la lengua y de la literatura infantil y juvenil.

Integraron la Mesa Académica el decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Dr. Víctor Gustavo Zonana, la Dra. Elbia Difabio y los doctores Juan Pablo Ramis y Claudia Ferro.

imagen Juan Pablo Ramis: Difabio y su legado de agudeza, gentileza y generosidad

Juan Pablo Ramis: Difabio y su legado de agudeza, gentileza y generosidad

Juan Pablo Ramis: Difabio y su legado de agudeza, gentileza y generosidad

Luego de leer aspectos vinculados al recorrido docente de la novel Profesora Emérita, el Prof. Ramis indicó que “más allá de las estadísticas, hay cuestiones mucho más significativas de Elbia Difabio: al dirigir una tesis, al corregir un artículo o informe, ella es meticulosa y aguda en sus observaciones científicas, generosa con su tiempo, gentil y prudente al momento de realizar sugerencias, aportes y correcciones. En los simposios, jornadas y congresos de los que ha participado, siempre ha estado atenta a las ponencias de cada disertante, disfrutando de cada contribución y señalando con delicadeza sus discrepancias”.

“Tanto en las clases de grado como en las de posgrado, ha expuesto su erudición de forma diáfana y ha transmitido su pasión por los temas dictados. Además, y lo que no es un dato menor, siempre lo ha hecho con una sonrisa. Por otra parte, ha promocionado a quienes han trabajado con ella”.

Para cerrar, Ramis señaló que “cuando se jubiló, aunque tenía la posibilidad de seguir dirigiendo proyectos, decidió ser una integrante más del equipo de investigación, un ‘soldado raso’, según sus palabras, y que quien había sido durante algunos años su codirector –yo- pasase a ser el director del siguiente proyecto. Por lo expresado, además de una investigadora prolífica, ha sido, y es ante todo, una docente comprometida”.

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Elbia Difabio es nueva profesora emérita de la UNCUYO

Claudia Ferro: Difabio, una garantía del non omnis moriar para las letras griegas

Claudia Ferro, por su parte, subrayó la labor de Difabio en un instituto (NdR: de Lenguas y Literaturas Clásicas) de la Universidad Nacional de Cuyo, “que es Ágora y Foro: sus miembros sembraron la admiración por el mundo greco-latino y consolidaron en nuestro ámbito el legado cultural de Grecia y Roma. Hoy tenemos el placer de honrar a uno de los miembros de ese claustro, ya docente jubilada de la tarea cotidiana, pero sumamente activa en ámbitos ligados a la lengua y a la literatura clásica”.

“A lo largo de su trayectoria profesional, la doctora Elvia Di Fabio ha traducido, enseñado, releído y compartido el pensamiento griego muy especialmente, y también de Roma, en ámbitos universitarios y de institutos superiores, a lo largo de reuniones científicas, a través de artículos y libros, en incontables cursos, jornadas, simposios y congresos,  en los que arde, especialmente, la llama del mundo clásico. Lectora paciente, minuciosa y generosa, dirige y ha dirigido a numerosos tesistas en carreras de posgrado. La doctora Di Fabio representa un eslabón seguro en la cadena de especialistas renombrados en este ámbito. Ha abordado la literatura infantil y juvenil en clave del tema clásico, tarea que ha sincronizado con la gestión del Ciclo de Licenciatura en Literatura Infantil y Juvenil, y de la diplomatura de literatura en clave de inclusión. Su legado vive en tantos exalumnos, hoy colegas, que aseguran el trasvase cultural generacional de las obras de tráficos y cómicos, de Homero y de Marcial, de Safo, de su querida antología palatina, junto con infinitas etimologías, con novelas para niños y jóvenes, que aseguran el non omnis moriar de las letras griegas”, concluyó Ferro.

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Zonana: Difabio y la inspiración de la docencia

El decano de la FFyL comenzó su discurso con un recuerdo de juventud: “1981. Colegio Universitario Central. Quinto Humanista. Desparpajo. Apareció así, inesperada, insolente. Alguien dijo, y me llevó atrás: 46 años o 2.000, casi. Las naves apoyadas en la playa con sus probas magníficas y los guerreros bordeando la muralla, espadas, escudos, yelmos, tambores, trompas, cánticos insultantes contra el enemigo, olor acre de sangre y sudor. Los dioses entreveran con los hombres, redirigen sus heridas certeras. Un héroe ofendido, una embajada infructuosa. Un amigo entrañable solicita sus armas, simula, sale. En un instante, un chiste inoportuno disipa hexámetros y aurigas en el aire del aula”.

“Estoy seguro de que Elbia no se acuerda de esta anécdota. Yo la tengo muy presente hasta me acuerdo de cuál fue el compañero que hizo el chiste. Pero lo que quise destacar, en esta memoria, es que, repasando mi trayectoria estudiantil, le agradezco a la vida por haber tenido unos docentes increíbles, que son los que explican por yo qué estoy acá. Fueron esos los docentes que me persuadieron de que valía la pena el camino de la docencia”.

 

“Para mí no habría mejor blasón que saber que he convencido a otros de que sigan este camino. Entre las personas que me hicieron, estás, Elbia. Mi agradecimiento eterno por esto. Quienes se dedican a la enseñanza de las lenguas saben que no son simplemente nomenclaturas, o nombres o una sintaxis o una morfología o declinaciones y conjugaciones. Saben que lo más importante es que detrás de eso hay una cultura que, aunque de pronto está alejada en el tiempo y en el espacio, son las dotes del docente las que logran hacer de eso algo vivo, algo presente. Y, ciertamente, Elbia, lo has logrado con creces”.

Asimismo, el decano destacó que “primero, estuvo esa magnífica profesora de Cultura Clásica que nos hizo leer un montón en la escuela secundaria Disfrutamos ese proceso. En segundo lugar, tuve la alegría de verla nuevamente aquí, en Griego I. Luego, recogió otro fiel con el mismo empeño y con la misma calidad que lo había hecho con la lengua y la cultura griega que fue el de la literatura infantil y juvenil. Allí tuvimos nuestros desencuentros, pero, finalmente, y afortunadamente, ganó ella. A punto tal de que ya es una materia, aunque optativa, es una materia del nuevo plan de estudios”.

Para finalizar, Zonana subrayó la labor formativa de Difabio en los ciclos de licenciatura, “que no solamente se han dictado acá sino en todo el territorio. Por lo tanto, retomo las palabras de Juan Pablo (Ramis) de que hoy es un día de justicia y también de muchísima alegría”.

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Elbia Difabio es nueva profesora emérita de la UNCUYO

Elbia Difabio: Un trayecto de hitos, mitologías y etimologías

La profesora Difabio,  a su turno, explicó que era consciente de Cronos, de la existencia de un límite de tiempo de reloj y de kairos de que era el momento oportuno, la ocasión adecuada para hacer algo tan significativo como dar las gracias con justicia: “los hitos explican cuántas personas generosas me han alentado, apoyado, confiado en mí, durante mi vida académica”.

“De niña jugaba la maestra, casi nunca a la mamá, según me contaba mi familia. Eso sí, muy elegante, con tacos, collares y ojos maquillados, mejor dicho, pintados con tizas de colores. Mis alumnas, las muñecas, sentaditas cada una en una silla”.

“Egresé como Maestra Normal Nacional y fui suplente durante diez años. Los maestros juntábamos ropa para el ropero escolar, muestras médicas gratis, incluso marcos de anteojos, llevábamos algún sacerdote para la primera comunión. Recibíamos regalos conmovedores: atados de acelgas, huevos frescos. Había un mimeógrafo, cuya tinta quedaba marcada por varios días entre los dedos en los que preparábamos ejercicios y de dudosa exactitud, mapas y retratos. Las entonces escuelas nacionales nos enseñaron, que la falta de recursos materiales potencia la creatividad, la adaptabilidad, la iniciativa y el trabajo en equipo”.

“Al ingreso a la facultad, amor a primera vista: Latín y, después, vino Griego. El titular de Latín I, ya entrada en la facultad, elogió muy satisfecho mi primer parcial. Cuando entendí qué había pasado, me acerqué a su oficina para explicarle que la oración de Cicerón estaba toda traducida en el diccionario que él me había prestado, porque yo había olvidado el mío”.

“Desde entonces, como compartíamos micro, el 4, me invitaba a declinar y a conjugar hasta que llegábamos al viejo edificio de calle Las Heras. Educación humanizada y personalizada, durante los cinco años, con un plantel de profesores serios e idóneos. Más tarde, un decano que me había conocido como estudiante, me invitó a ser Jefa de Trabajos Prácticos. Me negué. ‘La facultad me queda grande’, argumenté. Al año siguiente, ya afianzada en muchos temas, acepté el cargo. La Providencia me guio junto a una titular entrañable, la Profesora Hortensia Larrañaga”.

“Agradezco el homenaje, pero yo, a su vez, lo retransmito a todos los que me ayudaron a lo largo de mi carrera. En cierta ocasión, luego de la primera clase, la profesora Larrañaga anticipó contenta: ‘será un buen año. Es un grupo de buenas miradas’. Y tenía razón. Me fijé más en los gestos y en las miradas, intentando siempre mediar. Además, en mis cátedras tuve dos aliados invencibles e incondicionales: la mitología y la etimología. Muchas veces venía el pedido al final de la hora: ‘-¡Profesora, cuéntanos un mito!’”.

“En cuanto a la etimología –completó- me hacía eco de mis profesores, quienes insistían: ‘no lo olviden, son los custodios de la palabra’. Esto en un ambiente de docere delectando, invitando a bucear, no a surfear. Le decía a mis alumnos: ¿Van a bucear o van a surfear en los textos? Séneca aseguraba: ‘Homines dum docent discunt’, ‘los hombres, mientras enseñan, aprenden’”.

“El aula es un espacio placentero, donde confluyen los personajes de Quino: confieso que mis favoritos son los ‘Felipes’: esos que se acercaban despistados y preguntaban: ‘-Profe, ¿cuándo lo dijo?’. – ‘Lo repitió varias veces’, afirmaban los otros alumnos presentes en un gabinete felizmente visitado. En mi caso, me resisto a que los ‘Manolitos’ no avancen”.

“En esa época comencé en la entonces Escuela de Formación Docente. Intrigada, a los meses, pregunté a Isabel Blas, la directora, quién había dado mi nombre. Era Doña Emilia de Zuleta. Cuando me acerqué para agradecerle, la señora me dijo que necesitaba una docente con experiencia en primaria y que me había visto varias veces con el guardapolvo bajo el brazo”.

“Ejercí en otro terciario, con una directora, Claudia Ferro, quien me cedió, la cátedra cuando bien podía haberla ocupado ella. Y dos choferes de lujo los jueves: Magdalena Nallim y luego Laura Cogni. Largas charlas mientras apreciábamos el paisaje, según las estaciones, camino Rodeo del Medio”.

“En la facultad se agregó ADEISE, iniciativa de Miguel Verstraete, a quien sucedió Cristina Lucero, nuestra compañera de secundaria. Y la coordinación de la literatura en LIJ por sugerencia de Loli Comas. Intervino Adriana García. A su Secretaria Académica Claudia Papparini, le pedí que pusiera fecha de vencimiento. Y me tranquilizó: ‘hasta que te cansés’. Y no me cansé. El grupo de colegas fue impecable, entre ellos, Patricia Vallina”.

“Luego, apareció Toti Cueto, en Territorialización del Rectorado. Con su misión de estratega, sentamos presencia en distintos Departamentos con una propuesta de calidad. A esto se sumó Gladys Lizabe, con el CIEM, que tanto éxito ha tenido. El doctorado, por otra parte, tuvo un binomio ejemplar, el Dr. Zubiría, Dorita Scaramella primero, luego Hortensia, que aunaron pareceres y facilitaron que yo avanzara sin tropiezos. He intentado hermanar docencia e investigación mediante proyectos siempre interdisciplinarios y su comunicación en redes universitarias. He conocido todos los niveles del sistema educativo que me permitieron mis títulos. Y de cada uno atesoro gratos recuerdos”.

“El pesimista ve la herida en la cicatriz. El optimista, la cicatriz en la herida. Me inclino por el segundo modo de recorrer la vida. Y he sido afortunada”, expresó la nueva Profesora Emérita.

“Cada uno de nosotros es un tejido en el que intervienen personas, en mi caso muy bien inspiradas, y cada tejido forma el tapiz de la universidad. Somos conscientes de todo lo que ella nos brinda y mencionamos cabalmente su constante asistencia. Pese a los embates algunos muy recientes, pese a los sobresaltos y a los sinsabores según las épocas, la Universidad Nacional de Cuyo se yergue, vital, firme, solidaria, hospitalaria, pujante, inclusiva, alerta y actualizada ante los cambios, necesidades e intereses de la sociedad, auténtica usina de promoción social y cultural. Sin duda un caleidoscopio, para usar una palabra muy de origen griego, en el que cada uno, sin excepción, es parte significativa, bajo su excelso lema: ‘En el aleteo del espíritu, está la vida’: ‘In spiritus remigio vita’”, cerró Elbia Difabio.

 

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