Es la rebelión del objeto. Como toda rebelión, no se gestó en un día, sino en una sucesión de días, de acontecimientos. La chispa inicial fue la ruptura de la concepción clásica que el ser humano tenía de la naturaleza a la que dominaba, pero no como una forma de sometimiento, sino como una responsabilidad de dignificarla. Esa concepción se desdibujó y la naturaleza se transformó en un objeto a someter, y tanto avasallamiento generó el efecto contrario, porque el objeto sometido se rebeló contra el sujeto que lo somete.
Es la rebelión del objeto contra un sujeto que avasalla, o lo que es lo mismo, que produce, que consume. Sobre esa rebelión reflexionó el profesor de filosofía Hugo Costarelli Brandi, que en la charla con Unidiversidad siempre marcó el límite entre lo que sabe –por ser asociado a la cátedra Historia de la Filosofía Medieval de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCUYO– y lo que opina. Todo suma para pensar la relación entre el ser humano y la naturaleza.
Antes de decir la frase, advirtió que diría lo que piensa, no lo que sabe, no lo que puede demostrar. Y lo dijo: “Nos hemos entusiasmado con la producción en serie, con el consumo, pero llega un punto en el que ese avasallamiento sobre las cosas termina produciendo el efecto contrario: las cosas empiezan a avasallarnos, entonces nos planteamos este problema ecológico. Me parece que ese avasallamiento ha llegado a un punto en el que el objeto se rebela contra el sujeto, ese sujeto que se puso por encima del objeto, que le puso nombre diciendo ‘No te conozco y te someto’. En algún punto empieza a rebelarse contra el sujeto”.
La armonía perfecta
El profesor explicó que el concepto de naturaleza en la antigüedad era muy distinto del actual, que en Grecia la palabra para nombrarla era "Physis", que implicaba que cada cosa animada o inanimada tenía en sí misma el principio de movimiento y la capacidad de hacerlo de una forma determinada. Dio ejemplos: entendían que un naranjo tenía en sí mismo la capacidad de moverse de su estado de no naranjo aún a ser plenamente un naranjo. Lo mismo pensaban respecto de un objeto inanimado: creían que si arrojaban al suelo una piedra, por este mismo principio tendía a ir hacia abajo, porque no pensaban como ahora en una ley de gravedad.
Este principio de movimiento –continuó el profesor– marcaba el estado de perfección, en la medida en la que cada cosa alcanzaba con ese movimiento su fin. Dijo que no se trataba de un único objeto, sino de una totalidad armónica de perfecciones, y de ahí la idea de universo, de una armonía originaria, porque la naturaleza era un organismo que tendía a la perfección.
¿Qué lugar ocupaba el ser humano en ese universo? Uno particular, comentó el profesor, por tener un aspecto distintivo respecto de la naturaleza: era consciente de tender a un fin y, siendo consciente, era libre. Entonces, podía o no alcanzar ese estado de perfección, y a su vez, podía obstaculizar el estado de perfección del resto de la naturaleza.
Costarelli Brandi nombró otro elemento central del concepto clásico de naturaleza: su contingencia, es decir que puede o no ser, que todo es mortal. Pero, si todo es caduco, ¿por qué permanece? El profesor respondió: entendían que esa perseverancia en el tiempo de la especie era una característica de los dioses porque la eternidad les era propia. Por eso, explicó, pensaban que algo de lo divino estaba presente en la eternidad de las cosas.
“La naturaleza en términos completos en la antigüedad no se entendía solo y aisladamente como los seres vivos o los inanimados o el hombre o la integración de eso, sino también en la presencia de la divinidad. El hombre está posicionado en un particular modo frente a la Physis, pero no deja de estar inserto en un régimen que también es divino. Esto le da la posibilidad de elegir, de realizar su naturaleza, de perfeccionarse y, perfeccionándose, perfeccionar a la naturaleza en sentido amplio y a los que lo rodean, esa era su responsabilidad”.
La ruptura del orden establecido
El profesor comentó que cuando una persona rompía ese orden natural, cometía hibris, que en castellano se traduce como insolencia, aunque expresó que ese concepto no alcanza para comprender el peso de la acción, por lo que consideró más cercana la palabra "soberbia". “Hay que pensarlo más como soberbia, en el sentido de un atentado contra ese orden preestablecido por los dioses, siendo que yo no soy ningún dios. Sería la revolución de la hormiga contra el elefante; es decir, por más que haga la gran revolución, no va a pasar nada”, comentó.
Costarelli Brandi dio un ejemplo de hibris que relató Sófocles en Antígona, una de sus tragedias. El personaje principal, el rey Creonte, trata de imponer una ley que va contra los mandatos divinos al impedir los ritos funerarios a uno de los hermanos de Antígona, y ella le responde que no por una ley humana dejaría de cumplir un precepto de los dioses. “Lo dice desde la debilidad en el sentido de que una mujer no tiene la fuerza de un rey como era Creonte, pero su fuerza está en su moral. Es impresionante, preciosa la imagen de ella”.
Esa ruptura del orden moral que implicaba no enterrar a los muertos, explicó el profesor, provocó que los dioses enviaran pestes y enfermedades, o, para hacer una libre analogía, la actual contaminación o el enorme listado de problemas ambientales que enfrenta la humanidad. “Con este ejemplo, quería mostrar cómo un problema moral, hibris, un desacuerdo con el orden cósmico de los dioses, implicaba una ruptura con el orden natural. La misma naturaleza se reciente y responde al mandato de los dioses, que son los que pueden administrarla”, comentó.
¿Existe una hibris de nuestro tiempo?
Creo que sí, porque el hombre sigue siendo el mismo hombre, nosotros hemos eliminado prácticamente de nuestra sociedad a los dioses, lo cual es un problema, pero las miserias humanas no han desaparecido. Hoy puede no tratarse de hibris, aunque claramente es avaricia en algunos casos, pero yo no soy un especialista en temas contemporáneos.
De dignificar a dominar
El profesor explicó que no existe un día o un año que marque la ruptura de esa concepción clásica de la naturaleza a la que el ser humano debía respetar y dignificar. Ese cambio comenzó sobre finales del medioevo y creció hasta convertir esa misma naturaleza en un objeto a dominar, someter, manejar y administrar.
“Ese sometimiento es lo que va creciendo con el tiempo. El maquinismo aparece en función de eso, cuando ya no hay respeto por la cosa, y esto me excede completamente, pero la sociedad de consumo ha colaborado muchísimo con este avasallamiento respecto de la naturaleza. Me parece que el problema está ahí, en qué momento y cómo se desarrolló esa pérdida de conciencia y la naturaleza se transformó en un objeto de dominación y nada más. Como objeto de dominación, le perdimos el respeto y avasallamos sin ningún tipo de problema. Ahora, eso tiene límites y estamos empezando a darnos cuenta de un montón de problemas que generamos a partir de este avasallamiento”, comentó.
Mitigar el avasallamiento
Según su opinión, ¿los planteos de grupos ambientalistas sirven para mitigar ese avasallamiento sobre la naturaleza?
Te repito que esto excede lo que sé, que es una opinión. Creo que tienen alguna utilidad, pero que es necesario atender la totalidad del problema. ¿Hay que salvar a las ballenas? Sí, pero el problema es bastante más grande: el problema es la avaricia, cómo está planteada esa avaricia que no tiene límites, es hibris. Esos son los puntos problemáticos. Entonces yo puedo salvar a las ballenas y prohibir el consumo de ballenas, pero no soluciono el problema ecológico, que tiene una raíz mucho más profunda, de cómo está planteada la sociedad. Surgen un montón de problemas que no sé cómo se van a solucionar.
¿Por ejemplo?
Por ejemplo, y sigo en el plano de lo que opino, tengo amigos que trabajan en el tema de vinos y me dicen que ahora, con la huella de carbono, como son vinos que fueron regados con tanta cantidad de agua, eso hace que no los compren; de repente, la ecología pasa a ser una religión y un sistema económico que también te traba todas las relaciones económicas. Entonces, veamos las cosas en su adecuada dimensión, porque si no, se va a transformar en un sistema de exclusión absoluta de países, porque decile a un productor que transforme todo su sistema de riego a riego por goteo es caro. Me parece que es una cuestión mucho más integral: qué queremos hacer con nuestra existencia humana, qué queremos como hombres, qué es ser hombres, y puestos en esa tesitura, tomemos decisiones, pero si cambiamos los corchos naturales por artificiales, no estamos solucionando el problema ecológico.
A eso se suma que esta problemática atraviese todos los países, aunque con distintas responsabilidades.
Eso también puede hacer que se pierdan las identidades culturales. El problema ecológico puede ser de todo el mundo, pero la solución no puede ir contra una identidad cultural.
¿Las soluciones deben ser a medida?
Me parece que sí, porque no puedo cortar a esa persona la vinculación particular que tiene con la tierra. Ya la complico cuando le pongo la máquina en medio, le complico la relación con la tierra, pero además, en el trato con la planta, con los animales. Te van corriendo económicamente hacia una estandarización con la posible pérdida de la identidad. Este tema de la ecología me asusta en este sentido: que se tome un punto y, cuando solucionemos esto, solucionamos todo, que no creo, me parece que debe ser más integral. También me preocupa que esa solución que viene en un paquete termina avasallando tu propia cultura, eso también me preocupa.