“Dónde irá el poeta cuando muere,
qué adiós nutrirá su verso,
qué atardecer o qué dolor;
en qué arcana y cósmica alquimia se mezclarán
lugar, nombre y palabra”
“La Palabra y sus Nombres”.
Con estas palabras, el escritor mendocino inquiere por el destino de quienes nos deleitaron con la magia de la palabra y que, por ello se han hecho acreedores de perdurar en las arcanas comarcas de la memoria.
Tal el caso de Jorge Aulicino, nacido en Buenos Aires en 1949, ganador del Premio Nacional de Poesía en 2015. Publicó una serie de volúmenes de poesía, entre otros Estación Finlandia (2011) que reúne su obra publicada hasta esa fecha. Luego aparecieron Libro del engaño y del desengaño (2011), El camino imperial (2012), El Cairo (2015), Corredores en el parque (2016); Mar de Chukotka (2018) y El río y otros poemas (2019). Además, administró el blog de poesía Otra iglesia es imposible; tradujo los tres libros de la Divina comedia de Dante Alighieri y a otros autores italianos, como Pier Paolo Pasolini, Cesare Pavese, Franco Fortini, Antonella Anedda y Biancamaria Frabotta. Fue uno de los fundadores de la revista Diario de Poesía y colaboró asiduamente con 18 Whiskys, publicación que difundió el corazón mismo de la generación del 90 y las tensiones constantes entre el objetivismo poético y la herencia del neorromanticismo en Argentina. A principios de 1980 ingresó en el diario Clarín donde fue editor de las páginas de Cultura, Arte y Ciencia y editor jefe de Espectáculos. Fue subdirector y columnista de la Revista Ñ, el suplemento cultural del diario, hasta el año 2012.
Tal como manifiesta Enrique Solinas en la revista electrónica de literatura Altazor, la poesía de Aulicino “Objetivista, cerca de la narración, […] describe y metaforiza la realidad, sin circunvalaciones ni disfraces que amortigüen el golpe del lenguaje en nuestro centro. Para que ello sea posible, hay una conversación con la tradición clásica, con protagonistas emblemáticos de la historia, de la literatura y de la filosofía, donde por momentos reafirma ese pasado y otras veces propone una modificación de sentido”.
En sus poemas se pone de manifiesto ese poder disruptor de la literatura:
Magaldi cantaba “no cantes que Olga no vuelve”
en un verano tórrido de 1957 bajo los árboles
-explosivos plátanos verdes en el suburbio de Buenos Aires-,
veranos con moscones y heladeras a hielo
que engendraron al Hombre de la Barra de Hielo.
Éramos fantasmas incomprendidos por “la masa”.
O quizá la masa nos comprendía demasiado.
Fue además periodista y publicó ensayos, entre los que merecen citarse las reunidos en el libro Poesía y política (2021), que reúne textos aparecidos originalmente en La Jornada de México y en el que reflexiona acerca de cuestiones tales como su carácter popular o no, la esencia de la poesía moderna o el deseo de perdurar inherente a todas publicaciones poéticas.
Marta Elena Castellino