Escuchar al profesor de Filosofía de la UNCUYO, Hugo Costarelli Brandi, tranquiliza. Dice que el ser humano es capaz de la desesperación, pero que está hecho para la esperanza, que su naturaleza es trabajar para alcanzarla. Esa certeza, que aprendió de los pensadores antiguos, tranquiliza en medio de la situación compleja que atraviesa la Argentina.
La propuesta fue reflexionar acerca de la incertidumbre y la esperanza, dos sentimientos que rondan a la población argentina sin importar a quién se haya votado en la última elección presidencial, en la que resultó electo Javier Milei. En unos casos, prevalece uno; en otros, el otro, pero están, flotan en medio de la vida cotidiana. El profesor aceptó e hizo una aclaración: que su visión se cimentaría en su saber, ese que comparte en sus clases de Historia de la Filosofía Antigua y Medieval.
¿Cómo pueden colaborar con los y las ciudadanas las enseñanzas de filósofos antiguos y medievales para enfrentar problemas actuales? El profesor responde que los temas centrales del ser humano son siempre los mismos, aunque con característica y expresiones distintas en cada momento histórico. “Nosotros somos hombres de esta época, tenemos que resolverlo acá, y para resolverlo no hay que ser zonzos, tenemos que aprovechar toda la experiencia del género humano de los últimos 3000 años”.
Un enorme espacio vidriado, ubicado en el corazón de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCUYO, es el lugar donde transcurre la charla. A los pocos segundos, queda claro que Costarelli Brandi es profesor: comparte un concepto, y cuando su público frunce la cara por la complejidad del mismo, brinda ejemplos simples para bajar el nivel de abstracción, para que esa idea que pensó un filósofo antiguo se entienda, sirva para la reflexión.
“Uno se alegra con los finales felices. Todos esperamos que, aún a pesar de nuestras miserias, de nuestros errores, de los problemas, todo termine bien. Es muy humano, por eso es tan natural para el hombre, por eso los cuentos de hadas son tan humanos y por eso a uno le gusta leerlos con los hijos, porque esa idea va quedando: que, a pesar de todo, siempre es posible que termine bien. Ahí está la esperanza en la base de todo ser humano. ¿Todo va a terminar bien? No lo sé, pero está la posibilidad, y ahí está la cuestión”, dice el director del Departamento de Filosofía.
Entre la incertidumbre y la esperanza
¿La incertidumbre y la esperanza son sentimientos?
La esperanza es, en principio, una pasión, que en el lenguaje de la filosofía y, según la definen los medievales, es la activación del apetito, la base de todos nuestros deseos. Te doy un ejemplo: nosotros estamos conversando y de repente pasa una persona con una pizza recién horneada; el olor despierta un deseo que estaba durmiendo –dicen los filósofos– y ese estar en reposo del deseo se llama apetito. La esperanza tiene que ver, primero, con la percepción de un bien, pero ese bien, ese objeto que ha aparecido en el radar, digamos, del apetito que ha prendido el deseo, también guarda una relación con mis posibilidades, es decir si yo puedo acceder a ese objeto. Siguiendo con el ejemplo de la comida, si pasa en este momento un catering completo con comida exquisita y refinada, está el deseo, pero no hay una proporción, no llego, con lo cual aparece un segundo movimiento contrario a la esperanza, que es la desesperación: nunca lo voy a lograr, nunca voy a alcanzar ese objeto. Esto se da a nivel sensible, es un primer nivel y lo compartimos con los animales, por eso el perro viene corriendo cuando estamos comiendo porque espera que le demos algo: ahí hay una esperanza. Ahora, en el caso del hombre, no solamente tenemos una percepción sensible de los bienes como la comida, sino que aparece una percepción intelectual y esto ya es muy distinto.
¿Por qué?
Pongamos el caso de una vacuna que puede curarte de una enfermedad grave, pero es de dificilísima aplicación y demora mucho en hacer efecto. Por todo eso, el apetito sensible lo percibe como doloroso, no ve la esperanza en la curación, sino los problemas que genera esa inyección, pero como somos seres intelectuales nos ponemos por encima de todas esas sensaciones, decimos: "Esto me va a hacer bien", y nos sometemos a un proceso largo, que quizás lleve no solo mucho tiempo, sino muchos dolores, pero hay un bien que percibimos, no ya sensiblemente, sino intelectualmente y ahí la cosa cambia. La esperanza en el hombre tiene que ver con una dimensión intelectual y ahí es donde insisto en que hay una transformación muy grande en cuanto a las posibilidades de esperanza y lo contrario, es decir, la desesperación. La desesperación humana es espantosa, porque no es la desesperación del apetito que deseaba simplemente un objeto y el objeto no se alcanzó en un plano sensible, sino que hay una visión que se oscurece. No es solamente tristeza instantánea, es toda una cosmovisión que se cierra.
Como un fundido a negro…
Exacto. El problema es que al fundir a negro, no se ve salida. Por eso es que la desesperación es tan grave y peligrosa. Los medievales la llamaban vicio, porque constituye una forma de ver la realidad y esa cosmovisión de la desesperación no hay que promoverla en ningún caso, porque lo que genera es exactamente lo contrario de la esperanza. Y aquí hay otra cosa que te quería contar, y es que la esperanza es activa, en el sentido de que no tengo ese bien que he percibido, pero voy hacia él, de manera que al generar actividad en mí, me dignifica, me mejora. La desesperación es exactamente lo inverso, es la inactividad; por eso los medievales asociaban la desesperación con otra pasión muy fuerte en el hombre, que es la tristeza. Ellos decían que hay dos grandes pasiones en los hombres, las más comunes y que afectan a las otras: el gozo y la tristeza. En el caso de la tristeza, justamente implica esta percepción de un bien que debería estar, pero que no está. Por eso, en los seres que tienen esta percepción de la realidad los efectos de la tristeza pueden ser devastadores, está en la base de todos los procesos depresivos, más allá de que haya condiciones fisiológicas. Ahora, cuando el triste percibe un bien que debería estar y no está, Santo Tomás dice que termina generando esa cosmovisión cerrada, se genera ese ciclo que va cerrando la vista sobre el problema. Por eso lo llaman también angustia, porque enangosta, achica, constriñe la visión y eso se siente –decían los medievales– en el corazón. Por eso el angustiado se toca el corazón y eso es natural, porque es el corazón el que se constriñe, incluso creían que se detenía y que era posible la muerte por tristeza. La tristeza está asociada a la desesperación. Es un tema complejo y serio, por eso insisto en esto: el hombre es un ser capaz de la desesperación, pero está hecho para la esperanza, su ser natural es trabajar en función de la esperanza.
¿Quién dice que es natural?
Eso está clarísimo en el pensamiento antiguo. Pienso, por ejemplo en Eneas, que abandona su Troya destruida por los aqueos, su esposa muere en el recorrido, sigue con su hijo y su padre y solo tiene una promesa, que será el fundador de la gran casta que vendrá con Roma. ¿Y dónde está Roma? Es la profecía de los dioses que se va confirmando, pero todo el movimiento es en función de la esperanza. En Eneas se destaca su enorme esperanza con las flaquezas de un hombre que duda, que yerra, que necesita confirmaciones; es una cuestión que está en la antigüedad, sobre todo en la tradición romana. En la tradición griega también está la esperanza, pero como la vida post mortem no era muy promisoria, porque era bajar a Hades y perder la memoria, entonces quizás la única esperanza que tenían era ser recordados por siempre por los vivos. Pero en la esjatología romana la cosa es distinta, porque ahí están los Campos Elíseos, que son posibilidades de felicidad plena y entonces la esperanza estaba más viva. Ahora, dentro ya de autores medievales, la esperanza cobra una proporción enorme porque es la bienaventuranza de la visión beatífica, el estar con Dios en definitiva. Eso cambia muchísimo la visión antropológica y por eso insisto en que el hombre es un ser de esperanza, es natural. Lo ejemplifico con los cuentos de hadas, porque son la idea del final feliz: todo va mal y, de repente, aparece algo que cambia y termina bien, y uno se alegra con los finales felices. Todos esperamos que, aún a pesar de nuestras miserias, de nuestros errores, de los problemas, todo termine bien. Es muy humano, por eso es tan natural para el hombre, por eso los cuentos de hadas son tan humanos y por eso a uno le gusta leerlos con los hijos, porque esa idea va quedando: que, a pesar de todo, siempre es posible que termine bien. Ahí está la esperanza en la base de todo ser humano. ¿Todo va a terminar bien? No lo sé, pero está la posibilidad y ahí está la cuestión.
¿Y la incertidumbre?
La incertidumbre no se opone a la esperanza, sino que tiene que ver más con lo desconocido, lo incierto que produce temor. El problema es cuando esa incertidumbre genera el movimiento de la desesperación, es decir, lo opuesto a la esperanza, porque la esperanza funciona bajo esta estructura de conocer un bien y ver la proporción para alcanzarlo, pero cuando ese bien no lo alcanzo a conocer adecuadamente, sino que lo mantengo en la oscuridad, esa incertidumbre es la que trae la desesperación. Ahí sí hay un problema, por eso es tan importante tratar de que se manifieste, de que se vea el verdadero bien. Es muy importante que ese bien sea profundamente conocido, porque mientras más se conoce, más esperanza genera y, por tanto, más actividades, más preocupación y ocupación genera. Cuando ese bien no está claro, cuando hay incertidumbre, uno empieza a transitar hacia la desesperación y ahí es donde la cosa se vuelve muy oscura. Pensé en un par de ejemplos.
¿Cuáles?
En el caso de la virtud de la esperanza, me parece que El Principito es un caso arquetípico, porque no ve el verdadero bien y después lo empieza a ver, y te explico por qué. Al principio, él está en su asteroide con su rosa y se cansa de ella, la ve molesta, ingrata; entonces se va, pensando que el bien está fuera de su asteroide. Por eso escapa y todo el recorrido es ir advirtiendo diversos bienes que no son verdaderos. Por ejemplo, cuando se cruza con el asteroide del vanidoso, que necesita público, o el rey, que necesita un súbdito para ejercer el poder, o el contador de estrellas, que prende y apaga el farol todos los días, y es el trabajo por el trabajo mismo. Todos esos son casos de fracasos de un bien; es decir, él esperaba un bien mayor fuera del asteroide y no lo encuentra hasta que llega a la tierra, y ahí empieza a darse cuenta de que el verdadero bien era su rosa. Lo descubre cuando se enfrenta al jardín de rosas, donde dice: "Vosotras sois parecidas a mi rosa, pero mi rosa es única", y ahí ve el bien y piensa cómo volver. Todo su recorrido es un camino de esperanza, de retorno, es la distancia la que le hace ver en perspectiva que la rosa era el verdadero bien, lo que da sentido a su existencia.
¿Y en el caso de la desesperación?
En el caso de la desesperación, me acordaba lo que dice Dante en el tercer Canto del infierno. A la entrada hay un cartel: “Deje toda esperanza quien ingrese acá”; es decir, quien ingresa acá deja toda esperanza de lado, porque, más allá de que sea una cuestión teológica la que representa es la asociación de la desesperación con la situación infernal, el desesperado es una persona que empieza a transitar un infierno de alguna manera, con todo lo que ello implica. Cuando Dante se enfrenta al demonio dice que, lejos de ser un lugar de calores terribles, es un lugar gélido, de manera que quienes estaban allí estaban congelados no tenían ni el consuelo de segregar una lágrima que les produjera algo de solaz: es la inactividad absoluta de la desesperación, no se puede hacer nada, la quietud total. Claro que hay que leer toda la Divina Comedia, porque uno lee el infierno y es tremendo, pero dos páginas después el cambio es bellísimo. Estos dos ejemplos me parecían dos casos interesantes, donde se habla de la esperanza y la desesperación y sus consecuencias: el Principito esperanzado y todo lo que hace para retornar y, el desesperado, cuando pierde todo, en la inactividad total.
La incertidumbre parece tener un valor negativo, y la esperanza, positivo. ¿Es así?
La incertidumbre puede hacerse mala en el sentido de que se detenga en la pura oscuridad, porque si no entiendo algo y estoy preocupado, busco entenderlo; justamente eso me puede ayudar a superar un problema o a tener esperanza. Por eso, creo que la incertidumbre tiene un carácter negativo cuando la advierto y no trato de salir de ella. Además, el hombre necesita saber, es el comienzo de la metafísica: todos los hombres desean por naturaleza saber, e ignorar esas cosas que el hombre debe saber no deja de atraer o ser principio de desesperación.
El país como bien colectivo
Usted habló de la esperanza y de la necesidad de identificar el bien, el objeto para ir hacia él, pero, cuando se trata de un país, ese bien es identificable. En ese caso, ¿cuál es? ¿La libertad, que le vaya bien a ese pueblo?
Claro, quizás el que nos vaya bien hay que ver en qué sentido, porque si solamente pensamos en una perspectiva puramente económica, que sin duda es un ámbito humano, pero si fuera ese el único ámbito del que tuviera que preocuparse un dirigente, sería un tanto mezquino. Aristóteles dice que el gobernante tiene que estar preocupado por la felicidad de su pueblo, y esa felicidad para él es muy concreta: es la vida virtuosa porque, si no hay virtud, nada va a funcionar. Creo que Argentina es un buen ejemplo en ese sentido. ¿Es necesario la virtud? ¿De quién? De los gobernantes, de los gobernados, de todas las instancias porque, justamente, donde no hay virtud, se descalabra la cosa. Hemos tenido varios ejemplos muy próximos, donde la ausencia de virtud trae cosas personalmente muy ofensivas, donde uno observa unos desequilibrios económicos enormes causado por faltas de virtud. Aristóteles tiene razón: sin virtud, no hay posibilidad de bien común, de felicidad. Por eso, un gobernante debe atender a eso y, en función de esa felicidad, dirían un antiguo y un medieval, debe ir resolviendo todos los otros problemas. Si hablamos de educación, pensemos en el hombre feliz; si hablamos de economía, pensemos en el hombre feliz; si vamos a colocar un semáforo, pensemos en el hombre feliz, cómo colabora todo esto a la felicidad, entendida como promoción de la vida virtuosa y sanción del vicio. ¿Cómo hacemos? Bueno, ahí está el chiste.
¿Hay incertidumbres y esperanzas que corresponden a un tiempo?
Cada época tiene ciertas cosas que le son propias, y esto trae problemas que son, por un lado, eternos a los hombres, pero con modos nuevos y originales. Por ejemplo, el maltrato social es una cuestión histórica, pero hoy tenemos formas particulares de maltrato social que son las redes, en las que se puede maltratar en un nivel espantoso. Por eso, se le ha dado un nombre particular a ese tipo de degradación humana. Ahora, vos y yo hemos pasado la primaria, la secundaria, y hemos tenido situaciones de maltrato, pero sin redes sociales; eso quedaba acotado a un ámbito reducido, mientras que ahora puede alcanzar dimensiones espantosas. Uno podría decir: "Suspendamos las redes sociales", pero no sería el punto, sino que tenemos que actuar en el corazón de esos chicos, porque consideran que es mejor degradar a una persona, que no degradarla no es aceptable, por lo que ahí hay un problema histórico de la vida humana. Entonces, hay una cuestión época que tenemos que resolver, pero que siempre o regularmente responde a un problema humano eterno, como la avaricia, la codicia, el deseo de sometimiento del otro, el ejercicio del poder al servicio mío y no del bien común. Son todas cuestiones que uno puede leer en Homero, en Virgilio, en San Agustín, en Santo Tomás, pero hoy tienen una forma particular, una estructura que le pone un cierto condimento. Nosotros somos hombres de esta época, tenemos que resolverlo acá, y para resolverlo no hay que ser zonzos, tenemos que aprovechar toda la experiencia del género humano de los últimos 3000 años.
¿Hay algún filósofo de la antigüedad que ayude a pensar cómo despertar la esperanza, sobre todo en un momento político y social del país en el que parece tan fácil caer en la desesperación?
Creo que, en la situación actual, fácilmente uno se desliza hacia la desesperación, es muy fácil. Entiendo a toda la gente que se queja, aunque eso es muy argentino, es patológico, habría que curarlo. Podría recomendar autores antiguos que he leído. A mí me hizo mucho bien el Tratado sobre la Esperanza, de Santo Tomás. Es difícil porque es un tratado filosófico, pero es muy lindo, habla sobre la virtud de la esperanza, es muy esperanzador. Lo he leído en el texto de él y en un autor contemporáneo fallecido hace unos 20 años, que se llama Josef Pieper y que tiene un texto que es una mediación respecto de este otro de Santo Tomás, que se llama Las Virtudes Fundamentales, un texto muy conocido en filosofía, donde trabaja específicamente la esperanza y es muy alentador. Y si me seguís preguntando, a mí me gusta mucho Chesterton, es un autor que habla justamente de ese tema en todas sus obras, de esto que te decía, del final feliz, del cuento de hadas. Me parece una lógica muy interesante la de Chesterton en ese sentido: dice que, si este mundo es tan complejo y funciona, y yo no puedo hacer que deje de funcionar, es porque hay alguien que está preocupado de que funcione, y ese que se preocupa de que todo funcione también se preocupa de que yo funcione, y eso es esperanzador. O sea, no todo depende de mí, hay otro que puede mucho más que yo. Él es un autor católico cristiano y ese es un mensaje muy esperanzador, porque el mundo moderno muchas veces piensa que todo depende de nosotros, y lo que experimentamos son fracasos y fracasamos, entonces la desesperación empieza a crecer, pero cuando ya no depende absolutamente todo de mí, sino que hay otro interviniendo en todo esto, la posibilidad de la esperanza aparece porque es, de nuevo, el cuento de hadas, porque ese otro puede hacer que todo termine bien.